Vivimos en un mundo deshumanizado. Y flojo. No hay que ser muy sagaz para darse cuenta. Priman la violencia, el dinero, el sexo desvergonzado y el más inverosímil egotismo. Aunque siempre me pregunto si es la sensación que se nos quiere transmitir, manipulando el alma de la gente y embruteciendo su criterio. No se puede obviar la existencia de lo más vil, pero los titulares de prensa y los programas de televisión, ¿agotan toda la realidad? El caso es que nos sorprende encontrar, todavía, personas buenas. Personas sencillas, sin doblez. Personas generosas, alegres. Personas que te quieren por lo que eres y no por lo que tienes.

Y tengo que decir que este asombro también está presente en el mundo de los libros. Porque no está uno acostumbrado a leer títulos donde, por ejemplo, la ternura tenga un tratamiento adecuado, o donde el pudor no sufra el varapalo de la carcajada. En definitiva, donde la buena literatura vaya a la par de una ética y de un pensamiento que dignifique a la persona. Que algunos, en su retorcimiento, confundan esto con pías moralinas o literatura confesional, es algo que no puede extrañarnos. Una cosa está clara: no hay tiempo malo para el cultivo de la virtud. Ni siquiera la literaria.