Continuamos con la exposición de la doctrina católica sobre la Eucaristía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica.

¿Qué pruebas históricas existen de la celebración de la Eucaristía en las primeras comunidades Cristianas?

Al referirse a la continuidad de la celebración de la liturgia actual respecto de las formas más antiguas, el Catecismo presenta para su análisis el texto de san .Justino mártir, que vivió en el segundo siglo de la era cristiana: "Desde el siglo II, según el testimonio de san Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística. Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas.

Actualmente, el orden de la Misa convoca al sacerdote que la preside y a la comunidad con quien celebrará la reunión, especial y particularmente los domingos. Este día es el que conmemora la resurrección de Cristo y, por lo tanto, para los cristianos, es el Día del Señor, nuestro día santo, el momento de celebrar el memorial de su muerte y resurrección, que Cristo nos pidió que realizáramos en su memoria.

¿Cuál es el significado de la Liturgia de la Palabra en la celebración de la Eucaristía?

La liturgia se divide en dos partes, la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. Los domingos y los días festivos, se hacen tres lecturas. La distribución usual es una lectura del Antiguo Testamento, una lectura de los Hechos, las Cartas o el Libro de la Revelación y una tercera lectura, siempre tomada de uno de los cuatro evangelios. En las celebraciones de los días de semana, normalmente se hacen dos lecturas. La primera se toma tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento (fuera de los evangelios) y la segunda lectura es de uno de los evangelios. San Justino escribe: "se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas.

Actualmente, en la instrucción de la celebración de la Eucaristía, leemos: "Cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras es Dios mismo quien habla a su pueblo, y Cristo, presente en su Palabra, quien anuncia la Buena nueva (Instrucción General, Capítulo Segundo, 9).

Una destacada parte integral de la celebración de la Liturgia de la Palabra es la homilía del sacerdote, acerca de las lecturas o algún otro elemento de la fe y la vida de la Iglesia. Dado que tantos aspectos de nuestra cultura cambian rápidamente, resulta esencial que las enseñanzas de Cristo se apliquen a las circunstancias de nuestro día de manera tal que los fieles puedan comprender todo lo que conlleva su profesión de fe. La Instrucción General nos dice que "su eficacia aumenta con una explanación viva, es decir, con la homilía, que viene así a ser parte de la acción litúrgica (Capítulo Segundo, 9).

En este punto de la liturgia, se reza como resumen de nuestra profesión de fe el Credo, en el que reconocernos que hemos leído la palabra de Dios y anunciamos que nos unimos a las enseñanzas de Cristo y la profesión de su Iglesia, de manera que podemos proceder a celebrar dignamente la Eucaristía. El sacerdote luego invita a los fieles a ofrecer sus oraciones por las necesidades de la Iglesia, la comunidad y sus preocupaciones personales. Esto se denomina oración de los fieles.

 

¿Qué significa la Liturgia de la Eucaristía?

La Liturgia de la Eucaristía es el corazón mismo de la Misa. El sacerdote reza sobre los dones, pronunciando una de las oraciones eucarísticas aprobadas, solicita la efusión del Espíritu Santo sobre los dones, recita el texto de consagración, eleva la hostia y el cáliz para que los fieles los reverencien y procede a invocar la pasión, resurrección y gloriosa venida de nuestro Señor Jesús. En este acto sagrado y sacramental, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y nosotros, por medio de nuestra participación en este misterio de fe, compartimos espiritualmente la muerte y resurrección de Jesús. San Justino describe esta elevada oración de acción de gracias y luego destaca: "cuando ha concluido, todos los presentes pronuncian una aclamación diciendo "Amén"š.

En su descripción de la Liturgia de la Eucaristía, el Catecismo nos dice: "Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que Él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el vino, convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerno y la Sangre del mismo Cristo: así Cristo se hace real y misteriosamente presente" (1357).

Luego se procede a la comunión del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Leemos en la Instrucción General que en este punto de la Misa: "Luego el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico que recibirán en la comunión, y los invita al banquete de Cristo; y juntamente con los fieles formula, usando palabras evangélicas, un acto de humildad. Es muy de desear que los fieles participen del Cuerpo del Señor con hostias consagradas en esa misma Misa y, en los casos previstos, participen del cáliz, de modo que aparezca mejor, por signos exteriores, que la comunión es una participación en el sacrificio que en ese momento se celebra" (Capítulo Segundo, 56 g, h).

A su vez, el Catecismo nos dice: "La Santa Comunión acrecienta nuestra unión con Cristo". El principal fruto de recibir la Eucaristía en la Santa Comunión es una unión íntima con Jesucristo. Por cierto, el Señor dijo: "Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6, 56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el Banquete Eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6, 57) (1391).

¿Qué significa la real presencia de Cristo en la Eucaristía?

La fe de la Iglesia respecto de la presencia real de Jesús en la Eucaristía en la apariencia del pan y del vino se remonta a las palabras del mismo Jesús, tal como se las describe en el evangelio según San Juan. En el discurso eucarístico después de la multiplicación del pan, nuestro Señor comparó el pan ordinario con un pan que no es de este mundo, sino que contiene la vida eterna para aquellos que lo comen. El dijo: "Yo soy el pan de vida... Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne y lo daré para la vida del mundo" (Jn 6, 48.51).

Lo que Jesús nos ofrece es su presencia continua y perdurable cada vez que celebramos la Eucaristía. El pan y el vino se convierten en su cuerpo y su sangre. "Éste es mi cuerpo... ésta es la copa de mi sangre".

La forma en que Jesús está presente en la Eucaristía no se puede explicar en términos físicos ya que trasciende las necesidades ordinarias de espacio y medida. El hecho de que la persona que está completamente presente en la Misa sea el mismo Salvador Resucitado que está sentado a la derecha del Padre es un misterio supernatural. La condición de Cristo no cambia al hacerse presente en forma sacramental. No es necesario que abandone el cielo para hacerse presente en la tierra.

¿Qué significa la transubstanciación?

Al explicar esta doctrina de la fe, el Catecismo cita al Concilio de Trento, que resumió nuestra fe católica. "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del Vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (1376).

¿Por qué se guarda la Eucaristía en el tabernáculo?

La presencia real perdura después de la celebración de la liturgia eucarística. Por este motivo hay un tabernáculo en las iglesias. Una vez que se ha distribuido la comunión, las hostias restantes se colocan en el tabernáculo para proporcionar viáticos a aquellos que acuden a la Iglesia en su hora final y también, para presentar un punto concentrado de oración y adoración de Cristo en su presencia real.

Con el correr del tiempo, la reflexión reverente llevó a la Iglesia a enriquecer su devoción eucarística. La fe en que Jesús está realmente presente en el sacramento llevó a los creyentes a adorar la morada de Cristo en nosotros permanentemente en el sacramento. Dondequiera que se encuentre el sacramento, allí está Cristo, que es nuestro Señor y nuestro Dios; por lo tanto, se le debe venerar eternamente en este misterio. Esta veneración se expresa de muchas maneras: en las genuflexiones, en la adoración de la Eucaristía y en las muchas formas de devoción eucarística que ha alimentado nuestra fe.

La popularidad de la fiesta de Corpus Christi (el Cuerpo y la Sangre de Cristo), con sus alegres himnos y procesiones públicas, alentó un mayor desarrollo de las devociones eucarísticas. En ocasiones, el Santísimo Sacramento se retira del tabernáculo en el que se lo guarda regularmente y se lo coloca en el altar para su adoración. Estos períodos de exposición se extienden, en ocasiones, a las horas santas. La tradición parroquial de celebrar un día eucarístico o días eucarísticos (por ejemplo, las Cuarenta Horas de devoción), con la exposición del Santísimo Sacramento y una homilía que presta una atención particular a este don glorioso y divino, goza de mucha popularidad. Cuando concluyen estas devociones, la congregación recibe la bendición de la Eucaristía, que se denomina Bendición del Santísimo Sacramento.

(Resumen elaborado por la Conferencia Episcopal de Pennsylvania)

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