En su conferencia de este viernes en la iglesia de los Jerónimos de Madrid con la que agradeció la concesión del Premio a la defensa de la libertad religiosa del que le hizo entrega Ayuda a la Iglesia Necesitada, Massimo Introvigne, representante que fue de la lucha contra la intolerancia, la xenofobia y la discriminación en la Organización para la Seguridad y Cooperación Europeas (OSCE), realizó una magistral disertación sobre lo que constituye la diferencia entre la libertad religiosa y la libertad de culto.
 
            En ella, Introvigne contaba que casi ningún país se declara contrario a la libertad religiosa, y que son muchos los diplomáticos que se ha encontrado a lo largo de su carrera que le decían: “pero si en mi país no existe la menor restricción a la libertad religiosa: los cristianos tienen sus templos y se reúnen con toda facilidad y sin ningún problema”. Y se preguntaba, “¿de verdad es esto libertad religiosa?”. Para a continuación brindar él mismo la respuesta a su retórica pregunta.

            La libertad de acudir uno a su propio templo a rezar en comunidad con los de su religión, la libertad de culto en suma, representa una condición sine que non de la libertad religiosa, pero la libertad de culto “no es” la libertad religiosa si no va acompañada de “la libertad de predicar fuera de las iglesias, de convertir, de convertirse sin temor a represalias, de publicar libros o revistas, de evangelizar por radio, televisión o internet, de abrir escuelas, de participar sin discriminaciones en conversaciones públicas y en política”. Carencias éstas que no son otras que aquéllas en las que viven los cristianos de tantos países del mundo de todos conocidos, en los que, según dicen sus dirigentes, “existe libertad religiosa”, cuando lo único que existe es libertad de culto (y muy recortada a menudo).


            Y en Europa, ¿existe la libertad religiosa en Europa? Más desde luego que en esos países de los que hablamos, pero lamentablemente, mucho menos de la que creemos y de la que nos jactamos de tener.
 
            Massimo Introvigne informó de que mientras duró su mandato como representante ante la OSCE, se vio obligado a “defender el derecho de los obispos de Malta a expresar de manera pública su oposición en el referéndum de 28 de mayo de 2011 sobre el divorcio”, (un referendum que, por cierto, dio un resultado favorable al divorcio, pero sumamnete apretado, 52% a 48%). Y añadió:
 
            “Es una parte de la libertad religiosa que los obispos, como cualquier otro ciudadano, tengan el derecho no sólo de decirles a los católicos que no deberían divorciarse, sino también de explicar y defender públicamente su persuasión de que el divorcio es socialmente dañino para la población en general y que no debería ser introducido legalmente. Por supuesto, aquéllos que se oponen a la posición de los obispos tienen el mismo derecho a explicar y defender públicamente su persuasión de que los obispos están errados”.
 
            Revelador, sencillamente revelador. Y parte de lo que en este país de nuestros desvelos llamado España, constituye una de las asignaturas pendientes de nuestra todavía no tan madura democracia.
 
            Acudimos hoy día en Estados Unidos al cuestionamiento de tantos de los valores y pilares de su recia y antigua democracia. Conceptos como la financiación pública de los abortos, o la legalización del matrimonio entre personas que no son de distinto sexo, entran en el debate público y se expresan las distintas posiciones de cada uno. Todo está en cuestión… todo menos el derecho de todos a expresar su posición… incluída la Iglesia. Algo que en Estados Unidos, más allá de alguna posición excepcional “a la europea”, nadie sensato ha osado cuestionarse. Y es la democracia más antigua del mundo... A lo mejor por eso...
 
 
            ©L.A.
           
 
 
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