Sí, es cuestión de saber reconocer de dónde venimos, qué nos da la vida y ser agradecidos, para luego confiar que el destino lo cumple y lo lleva a término Otro. Permanecer y dar fruto son las claves.

Hoy, en el Evangelio (Jn 15, 1-8), Jesús nos insta a que él, su palabra, sus mandamientos y su amor han de permanecer en nosotros para dar fruto, para pedir lo que deseemos y verdaderamente necesitemos.

También hoy, día de la madre, es un motivo para recordar el cariño, los desvelos y sacrificios,… de quien nos tuvo en su vientre desde el primer instante de nuestra vida.

Ser, vivir, permanecer, estar unido, pertenecer,… a una historia, familia y situación concretas. La vid y los sarmientos como imagen de adhesión a Jesucristo nuestra vida.

La madre y los hijos, como realidad presente que nos acerca hoy mismo a la situación de tantas mujeres que no se ven en la posibilidad de serlo por más que lo quieran, en aquellas otras que lo evitan a toda costa o eliminan "el problema" con más o menos consciencia y mucho dolor, y, por fin, aquellas que disfrutan siéndolo cada día y en cada momento.

Mientras que entre la vid y el sarmiento existe un nexo vital e ineludiblemente necesario, entre la madre y el hijo el cordón umbilical cortado nos lleva a pensar en la madurez que da fruto si hay verdadera autonomía e independencia.

En el primer caso, vid y sarmiento, son imagen de nuestra pertenencia a Cristo, donde la madurez viene a través de una adhesión más consciente y racional. De por medio, sin embargo, en ambas relaciones, amor por medio como necesidad. “Sin mí no podéis hacer nada” nos dice Cristo. Tampoco podría haber hijos ni madres, porque para que haya un verdadero ser humano se requiere del concurso de la colaboración humana y la creación divina.

Ciertamente no puede haber vida plena, verdadera, sin amor. Pidamos hoy no sólo por todas las madres, sino para que haya cada vez más amor en nuestras vidas y que de ese amor surja más fruto vital maduro.