Comentaba el otro día

las palabras del Papa acerca de la necesidad de arrodillarse para adorar a Dios y de cómo ese gesto, que Cristo nos enseña en el Huerto de los Olivos, era uno de los signos distintivos de los primeros cristianos.

Luego mostraba mi extrañeza porque muchos de quienes reclaman una vuelta a los modos de los primeros cristianos rechazan ese gesto, mostrando así que su apelación a los primeros cristianos es selectiva.

Una cita de Nicolás Gómez Dávila publicada por José Miguel Serrano me ha ayudado a comprender esta aparente paradoja:

Los que tratan de mondar al cristianismo de sus adherencias milenarias, para devolverlo a su "pureza primitiva", declaran "originales" y "auténticos" tan sólo los factores del cristianismo que apruebe la mentalidad vulgar de su tiempo. Desde hace dos siglos, el "cristianismo primitivo" se amolda en cada nuevo decenio, a las opiniones reinantes.

Se trataría no tanto de volver al cristianismo primitivo, sino de romper con la tradición.