¿Conocen algún plato famoso (no digo sabroso)  de la gastronomía inglesa que no sea fish and chips, roast beef o cordero ahogado en salsa de menta? Seguramente no, y no por olvido involuntario, sino porque, como decía Óscar Wilde,  probablemente en el infierno el cocinero sea inglés.

 

Tomo de Vittorio Messori, para este post, unos apuntes de su libro “Los desafíos del católico” en los que plantea una hipótesis muy sugerente: la de la relación directa entre religión y gastronomía, de manera que la (gastronomía) de los países protestantes dejaría mucho que desear en comparación a la de los países católicos.

Y pone un ejemplo, con mucha gracia, para afianzar su hipótesis: se pregunta cómo es posible que en la católica Polonia la cocina sea de primera y, unos kilómetros más allá, atravesado el río Oder  (la frontera natural con la luterana Alemania) la cocina sea… ¡pésima!,  a pesar de contar con las mismas materias primas.  

¿A qué puede deberse esto? El autor apunta a la influencia de la Reforma: el protestantismo ha oprimido la alegría de vivir.

Comer bien, excelentemente, también puede ser una forma de dar gracias a Dios. Un católico sabe que todos los placeres proceden de Dios (incluso una excelente comida)  y que son como un adelanto de lo que nos espera en el Cielo.

Así que la próxima vez que desayunen, almuercen, etc., solos o en compañía, den gracias a Dios no sólo por el alimento… ¡sino por ser católicos!

 Athos