Acabo de venir de la Eucaristía de inauguración de la visita pastoral de nuestro Obispo a la parroquia. Nos ha dicho que él es también, como nosotros, oveja del mismo Buen Pastor. Sí, tenemos un Pastor no sólo grande y misericordioso, sino el mejor y más bueno de todos los pastores que da la vida por todos (Jn 10, 11-18). Él es el único que nos puede salvar (Hch 4, 8-12), la piedra angular por excelencia (Sal 117) que nos ha hecho hijos suyos y herederos de su reino (1 Jn 3, 1-2).

Acabo esta breve meditación de este Domingo IV de Pascua, llamado también del Buen Pastor, después de citar las lecturas de hoy, con el salmo 22 y una imagen del Buen Pastor, niño, que reposa su mano en la oveja extraviada, del genial Bartolomé Esteban Murillo, pintada hacia 1660 y que se puede admirar en el Museo del Prado, en Madrid.

El Señor es mi pastor, nada me falta;

en verdes praderas me hace recostar;

me conduce hacia fuentes tranquilas

y repara mis fuerzas;

me guía por el sendero justo,

por el honor de tu nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,

nada temo, porque tu vas conmigo:

tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí,

enfrente de mis enemigos;

me unges la cabeza con perfume,

y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia

me acompañan

todos los días de mi vida,

y habitaré en la casa del Señor

por años sin término.