El Evangelio de este domingo nos habla del Reino de Dios. Recordemos que no es un reino de este mundo (Jn 18:36) y que el reinado de Cristo no es un reinado social o cultural, sobre el mundo. El reinado de Cristo es espiritual en el ser de cada uno de nosotros. ¿Qué pasa cuando idealizamos el Reino para que se ajuste a nuestros deseos e ideologías? Simplemente veremos que nada de lo que esperamos que ocurra, sucede. Tras esfuerzos y hasta violencias, las semillas que lanzamos no germinan, ni crecen, ni dan fruto. Ya nos dijo que “por sus frutos les conoceréis” (Mt 7, 16), no terminamos de darnos cuenta que esperamos aquello que no está en la Voluntad de Dios.

El mundo es una realidad humana. Una realidad llena de dolor, errores, engaños, aprovechamientos, egoísmos. El mundo odia la Verdad, porque es la Luz que evidencia los engaños que construye, No podemos esperar que el mundo se convierta por medio de líderes o influencers. Aunque se llame al mundo usando todos los medios de comunicación, pocos serán los que se dejen elegir por Cristo (Mt 22,14). Al igual que se indica en la parábola del Banquete de Bodas (Mt 22, 1-14), fueron invitados directamente muchos, pero ninguno de ellos quiso ir y hubo que buscar a quienes sí aceptaron ir al Banquete.

En las parábolas contenidas en el Evangelio de hoy domingo, la semilla cae porque el sembrador (evangelizador) la lleva consigo. Nadie sabe porqué unas semillas germinan y otras no. Eso es un misterio que sólo incumbe a Dios y a cada uno de nosotros. Una vez germinadas las semillas, habrá plantas que crezcan rápido y con fuerza, pero otras necesitarán cuidados para que lleguen a dar buen fruto. La tierra, clima, entorno, hacen que cada semilla sea una labor especial para Espíritu Santo. Pocas llegarán a dar frutos sin haber necesitado cuidados, cercanía y paciencia.

Hay otra causa que nos hace desesperar, la soledad. No es lo mismo una planta que tiene que crecer sola, que la que vive dentro un grupo. La comunión de los santos es una fuerza que parte de la presencia de Cristo entre nosotros, reunidos en su Nombre.

Es frecuente que todos desesperemos por las tres causas que he indicado antes: 

Cuando la apatía y la acedía se hacen dueñas de nosotros, necesitamos el Agua Viva que nos hace revivir.  Los sacramentos nos acercan esta Agua Viva, pero la comunidad cristiana también ayuda que llegue a las raíces de nuestro ser. Necesitamos guía y apoyo de quienes tienen capacidad de ayudarnos. Necesitamos hermanos que oren por nosotros. No es sencillo ser cristiano en este siglo de la hipercomunicación. No es sencillo, porque la verdadera comunicación no se construye sobre los cimientos del marketing comercial.

...el hombre echa la semilla en la tierra, cuando pone una buena intención en su corazón; duerme, cuando descansa en la esperanza que dan las buenas obras; se levanta de día y de noche, porque avanza entre la prosperidad y la adversidad. Germina la semilla sin que el hombre lo advierta, porque, en tanto que no puede medir su incremento, avanza a su perfecto desarrollo la virtud que una vez ha concebido. Cuando concebimos, pues, buenos deseos, echamos la semilla en la tierra; somos como la yerba, cuando empezamos a obrar bien; cuando llegamos a la perfección somos como la espiga; y, en fin, al afirmarnos en esta perfección, es cuando podemos representarnos en la espiga llena de fruto. (San Gregorio Magno, Moralium 22, 20)

Como dice San Gregorio, es necesario poner esperanza en nuestro ser. Esperanza en que la semilla germinará y crecerá. Cuando obramos bien, estando junto a Cristo, la planta crecerá vigorosa. Las acciones de caridad son imprescindibles. A esto añadiría la necesidad de la presencia del Espíritu Santo que nos hermana y nos ayuda a superar tantos momentos de dudas y soledad. Recordemos que el Espíritu Santo hace posible la comunicación, mientras que las Torres de Babel nos separan y enfrentan. Oremos para que el Reino de Dios crezca en nuestro ser y el fruto que demos sea para mayor gloria de Dios.