En más de una ocasión me han planteado esta cuestión. Y aunque yo podría pasarme horas hablando de Él, hoy me gustaría compartir con usted brevemente mi propia visión de Jesús.

Jesús es fundamentalmente bueno. Piense en alguna persona especialmente buena que se haya cruzado en su vida. Jesús es infinitamente mejor que esa bellísima persona. No hay nada de malicia en Él, todo cuanto de Él emana mana directamente de la fuente del Bien. Se le nota en la Mirada, tan llena de paz, de alegría, de profundo amor.

Jesús es cariñoso. Lo sabemos por su trato con los ancianos, con los enfermos, con los niños, con los más necesitados. Yo le veo sin duda acariciando la mano de algún abuelo, besando la mejilla de un niño, o dando un fuerte y espontáneo abrazo a su Madre, en mitad del trabajo.

Jesús es comprensivo. Él nos conoce mejor que nosotros mismos, sabe de nuestras limitaciones porque Él también fue hombre. Nos comprende porque Él vivió también encerrado en un cuerpo humano y sujeto incluso a nuestras tentaciones. A veces pienso que le sirvió a Dios hacerse hombre para conocernos aún mejor de lo que ya nos conocía. Es el Amigo ideal, ese que siempre está disponible, siempre atento, siempre comprensivo, siempre alentador.

Jesús es alegre. Seguramente fue más de sonrisa serena que de carcajada sonora, pero está claro que era feliz en familia y con sus amigos. Le imagino canturreando mientras trabajaba en algún encargo en el taller. Y con sentido del humor.

Jesús es divino. Dios hecho hombre. Y su divinidad fue apareciendo a medida que los años pasaban por Él, pasaba de niño a joven y llegaba a adulto, más consciente que nunca de su propia filiación divina. Seguro que esa divinidad suya se reflejaría no sólo en su conducta y en sus palabras, sino en sus gestos y mirada.

Jesús es humano. Y conocedor, pues, de nuestra naturaleza tremendamente limitada y condicionada, no sólo por nuestro cuerpo sino también por nuestras circunstancias. Es quizá lo que más me acerca a Él, porque sé que me entiende, que nada de lo mío le es ajeno y que probablemente Él experimentó la mayoría de mis tribulaciones. Así, le hablo de tú a Tú, sin perder de vista ni un segundo que ese Tú es el mismo Dios.

Jesús es compasivo. Y hace propio cualquier dolor ajeno. Es incapaz de pasar de largo cuando alguien sufre en su camino. Se desvive por enfermos, por marginados, por los deshechos de la sociedad. Allá donde alguien sufre, allá está Él, en lo más profundo de su corazón. Yo intento imitarle y lucho por estar despierto y atento a cualquier necesidad que mi prójimo pueda tener a mi paso. Es mi modelo. A Él miro, de Él aprendo, a Él le copio. O al menos, lo intento.

Jesús es misericordioso. Y su Corazón está siempre abierto a quien se quiera acercar y refugiar en Él. Quién de corazón se acoge a su Misericordia infinita, tiene el Cielo asegurado. Jesús intercede por nosotros delante del Padre, yo le tengo como nuestro Traductor, y me lo imagino explicándole al Padre lo lentos que somos, lo realmente pequeños y limitados que somos. No me extraña que Dios Padre le conceda cualquier petición, menudo intercesor maravilloso tenemos. ¡El mejor!