“¡No haber blasfemado! ¡No haber insultado al Profeta!” dicen. Innecesario demostrar que efectivamente lo hiciera. Innecesario discutir si aunque lo hubiera hecho (que no lo ha hecho), es justo colgar de una cuerda a una persona que en un arranque de ira si quieren Vds., pronuncia palabras de la naturaleza de una blasfemia.
 
            Extraño ¿verdad? El dato no proviene de ninguna encuesta demoscópica pakistaní o internacional, pero lo aporta una de las periodistas occidentales que mejor conoce la sociedad pakistaní y la que, sin duda, mejor conoce el caso Asia Bibi: la francesa Anne Isabelle Tollet, autora del libro “Sacadme de aquí”, sobre el calvario que sufre la cristiana pakistaní Asia Bibi. Anne Isabelle Tollet realizó dichas declaraciones en el programa “Iglesia Perseguida” de Radio María que tengo el placer y el honor de dirigir los sábados a las 15:00 hs..
 
            Y la verdad es que los hechos dan la razón inexorablemente a la periodista francesa. Conocemos ahora un nuevo caso que abunda en la frecuencia con que tan humano comportamiento se produce. En el distrito de Bahawalnagar en Lahore, la policía ha detenido a una joven de 26 años, Shamim, madre de una niña de cinco meses de edad por, supuestamente, haber insultado al profeta Mahoma. El incidente ocurrió el 28 de febrero pasado y según su familia, la injusta acusación partió de unos parientes... ¡¡¡cristianos como ellos!!!, no por casualidad, eso sí, recientemente convertidos al islam. El síndrome del converso una vez más, aquél que tan bien han conocido los judíos que han convivido con nosotros en nuestro bello suelo peninsular y en tantos otros lugares del mundo donde lo han intentado; aquél que tan bien conocen hoy los cristianos en tantos lugares del mundo donde su existencia se torna verdaderamente infernal.
 
            La noticia, como lo es también la aterradora revelación que realiza la periodista Anne Isabelle Tollet, es un ejemplo más de los efectos monstruosos que el miedo puede llegar a producir. Y es que el miedo atenaza la mente, embota los sentidos, abotarga los sentimientos…
 
            A los españoles este efecto nos puede parecer extraño, inexplicable, y sin embargo, no hace falta remontarse muy lejos, cuando periodistas desaprensivos sin ninguna profesionalidad lo primero que preguntaban a los deudos de una víctima del terrorismo era si “perdonaban al asesino”, pregunta impertinente que no esperaban para realizar ni a que el pobre finado (finiquitado), en su lecho mortuorio, hubiera terminado ni de enfriarse. Sí señores, estas cosas han ocurrido en España, aunque ahora que la amenaza terrorista nos queda más lejana, saquemos pechito y hagamos como que nunca pasaron.
 
            Aún menos lejos tenemos que irnos –se está produciendo todos los días, ayer mismo, mañana por qué no- para contemplar el extraño espectáculo en que consiste la prisa que tantos españoles, hombres de iglesia también, se dan para otorgar pública y gratuitamente su perdón a los asesinos, sin ni siquiera esperar a que lo hagan sus verdaderas víctimas, esto es, aquéllos que efectivamente y no por televisión, perdieron a su hijo o a su hija, a su esposo o a su esposa, a su padre o a su madre, a su hermano o a su hermana, a su amigo, a su amiga… aquéllos que han quedado mutilados y llevan para siempre sobre el cuerpo la señal del odio que les profesaba una persona a la que, después de todo, fíjense Vds. como es el odio, tan extraño como el miedo, ni siquiera conocieron nunca.
 
 
            ©L.A.
           
 
 
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