Hace unos días escuché una homilía de esas que dejan huella.
El sacerdote (un hombre profundamente espiritual al que los Tres Mosqueteros conocemos bien y seguimos con gran admiración) habló de una idea que te hace entrever “algo” de Dios (dicho sea con todo lujo de comillas por el alcance de lo que esta afirmación puede significar).  
Entresaco algunas frases de las que dijo:

“Soy más devoto de la fiesta de la Encarnación, que de la Navidad. Y es lógico: lo que importa es que Dios se encarne en un ser humano, pues después, que naciera (…) es un acontecimiento natural. Aunque a nuestra mente le parezca el Nacimiento algo más asequible, siempre debemos considerar que lo trascendente es la Encarnación.

Lo importante es pensar que Dios se ha dignado hacerse hombre, no que haya nacido en un pesebre…  pues lo primero es mucho más sobrecogedor e infinitamente superior. Y esto constituye  un hecho tan inaudito que la mente humana se resiste a creerlo”

Y es que toda persona que se plantea en profundidad el Cristianismo se topa y tiene que luchar intelectualmente contra su propia incredulidad: que el Infinito se hace hombre. Se encarna.

Llevamos más de veinte siglos conociendo esto. Pero no creo que nadie inteligente  pueda evitar la gran dificultad de admitirlo y se percate de lo que le falta todavía para creer, de verdad, el hecho de la Encarnación de Dios.
 
Ojalá una idea así nos ayude a profundizar, ahora que se acerca el 25 de marzo, en esta increíble realidad ocurrida nueve meses antes del nacimiento de Cristo.

Porthos