Es la noticia del día en Líbano. Alem Dechasa, etíope, de 33 años, se colgó de una cuerda apenas anteayer desesperada por su situación y sin saber qué hacer para escapar de la situación en la que se hallaba. La etíope Alem había intentado escapar de la casa en la que trabajaba como esclava de un hombre árabe en el Líbano, país al que acudió un día en busca de trabajo. Se da la circunstancia de que su caso había trascendido a la prensa al emitir la semana pasada la televisión libanesa un vídeo en el que aparecía intentando fugarse de dicha casa rumbo a la embajada etíope en Líbano y en el que se ve como en el camino es interceptada y obligada a empellones y tirones de pelo a entrar en el coche del hombre, mientras se lamenta quejosamente.
 

 
 
            El hombre árabe que la tenía esclavizada, a lo que parece al socaire de una institución libanesa que se llama sponsorización o algo parecido, ni siquiera ha sido detenido y por el contrario, ha concedido una entrevista en televisión en la que ha declarado que nunca maltrató a Alem, y poco más o menos, que la pobrecilla etíope era una obsesa que había intentado varias veces suicidarse, a lo que sólo le faltó añadir que esta última vez él no pudo hacer nada para evitar su suicidio (o a lo mejor hasta lo hizo).
 
            La verdad es que la mujer es verdaderamente maltratada en el mundo, y es apremiante todo lo que hay que hacer para dignificar su situación en tantos lugares del planeta, en algunos de los cuales su situación dista poco de la de animales. Lamentable el proceder de los lobbies más ruidosos del feminismo internacional, que callan ante casos como éste, y eso cuando directamente no confraternizan de la manera más impúdica en foros de extrañas alianzas de civilizaciones con los peores agresores de la mujer. Lamentable verles trabajar más que en la igualdad en la revancha; en derechos que no existen como el de las madres a eliminar a su propios hijos en sus propios vientres haciendo bueno al dios Saturno; reclamando cuotas ventajistas y la más desvergonzada discriminación a su favor para conseguir prebendas en la obtención de puestos de trabajo y cargos políticos; reclamando la legalización de delitos que sólo lo son cuando cometidos por hombres y gozan de impunidad cuando cometidos por mujeres; o dedicando ingentes tiempo y dinero público a preconizar absurdos cambios del idioma para que las palabras que terminan en “o” pasen a terminar en “a”… mientras guardan el más ominoso y delatador silencio ante casos sangrantes que, como el de Alem, constituyen el comportamiento habitual en sociedades inmensas que afectan probablemente al 60, 70 o hasta el 80% de la población mundial femenina.
 
            Desengañémonos y digamos las cosas como son: el lobby feminista internacional está absolutamente desacreditado. Y lo está no porque no sea necesario, que lo es y mucho, mucho más de lo que las propias feministas sospechan. Lo es porque está luchando porque la mujer obtenga privilegios en los lugares del mundo donde está más cerca de haber obtenido una plena igualdad, mientras cierra los ojos con una indolencia y una indiferencia que llama la atención a las situaciones verdaderamente lacerantes que se producen no en lugares exóticos del planeta, no, sino en la práctica totalidad de él. Póngase el feminismo inmediatamente a trabajar en donde tiene que hacerlo: acompañando a los millones de mujeres en el mundo a las que la igualdad les parece una quimera, y se conformarían, simplemente, con no ser tratadas como animales. Y deje de apoyar causas que carecen de toda justificación (he citado cuatro) que sólo contribuirán a su absoluta desacreditación cuando por fin nos quitemos la venda en occidente.
 
 
            ©L.A.
           
 
 
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