Andaba buscando el otro día una imagen para ilustrar mi anterior post: trenes que pasan…, en el que hablaba de las oportunidades que Dios nos brinda y dejamos escapar, cuando me tropecé con esta foto que refleja (si de un tren se tratara) todo lo contrario.

Y me gustó.

Así que decidí buscar un caso que reflejase justo eso, es decir: personas que, a poco que Dios se les pone por delante, cazan al vuelo la ocasión y la aprovechan.
Ejemplos podían ponerse muchos, pero se trataba de buscar uno que reflejara bien a las claras que eso ocurrió. Y buscando, buscando, me tropecé con el Evangelio.

Estaba san Juan Bautista a orillas del Jordán, después de haber bautizado al Señor, con dos de sus discípulos (Juan y Andrés) cuando:

“Fijándose en Jesús, que pasaba, dice: He ahí el Cordero de Dios” (Jn 1, 36) (nótese que son solamente seis palabras). “Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que le seguían les dice: ¿qué queréis?
- Rabbí, ¿dónde vives?
- Venid y lo veréis.
Fueron, pues, vieron donde vivía y se quedaron con Él aquel día” (Jn 1, 39)  

No está mal ¿verdad?, pero es que si uno sigue leyendo a continuación viene otro caso:

Andrés (que era uno de estos dos primeros) se encuentra a su hermano Simón y le dice: “Hemos encontrado al Mesías” y le lleva hasta Él. Fijando Jesús su mirada en él, le dijo: “Tu eres Simón, el hijo de Juan; tu te llamarás Cefas que quiere decir piedra”. Y Cefas le sigue.

Y otro:

Al día siguiente encuentra a Felipe y le dice “Sigueme”. Y Felipe le sigue.

Y un cuarto: cuando Felipe se encuentra con Natanael, se lo dice. Y éste después de preguntarse si de Nazaret puede salir algo bueno, va a conocerlo. Y al hacerlo se convence.


Juan, Andrés, Pedro, Felipe, Natanael… cinco buenos evangelizados (discípulos). Hombres sinceros que ante un “ese es”, “lo hemos encontrado”, un “sígueme” o un “ven y lo verás” dan sin vacilación la única respuesta que cabe dar a Nuestro Señor. Seguirle.  

Porthos   

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