El pasado día 5 el Papa visitó la parroquia romana de san Juan Bautista de la Salle, donde celebró la santa Misa. Situada en la periferia sur de la capital, la parroquia se constituyó en el año 2.000 en un barrio habitado particularmente por jóvenes parejas y muchos niños. 

Lo más interesante de la visita de Benedicto XVI a esta parroquia fue una referencia especialmente certera a la necesidad de crecer y consolidar la experiencia de la catequesis sobre las grandes verdades de la fe cristiana, de manera que permita a todo el barrio conocer y profundizar el Credo de la Iglesia y superar aquel “analfabetismo religioso” que es uno de los más grandes problemas de hoy. 

Unos días antes, Su Santidad nombro el mismo analfabetismo religioso en encuentro con el clero de Roma en el Aula Pablo VI, recordando “el gran sufrimiento de la Iglesia en Europa y en occidente” a causa de la falta de vocaciones sacerdotales, y de lo que se ha definido como “analfabetismo religioso”. Benedicto XVI hacía referencia a un tema tratado por los cardenales en una jornada de reflexión antes del Consistorio, donde se señaló la falta de conocimiento de la fe como “un gran problema de la Iglesia actual”. El Papa explicó que con este “analfabetismo no puede crecer la unidad entre los cristianos”. 

Estamos en el año de Nueva Evangelización, preludio del año de la Fe, lo que hace imprescindible reflexionar sobre cómo se transmite la Fe y cómo esta misma Fe se asimila por los fieles durante toda la vida. La Fe no es algo que se adquiera y se deposite en el bolsillo. La Fe es una semilla que se planta y que crece junto con nosotros. Bueno, crece, no crece o incluso se marchita. 

Es evidente que en el mundo estructuralista que vivimos, tendemos a acercarnos a la problemática de la trasmisión y crecimiento de la Fe a través de acciones y programaciones. No seré quien diga que no sea necesario establecer estructuras sobre las cuales se desarrolle la Fe. Ya lo hacían los primeros cristianos e importantes Padres de la Iglesia nos han legado sus maravillosas catequesis. San Ambrosio de Milán, San Cirilo de Jerusalén, Orígenes, etc nos muestran la necesidad de sistematizar esta transmisión. 

Hoy en día disponemos de medios maravillosos para catequizar y un inmenso grupo de catequistas que se entregan a esta labor, pero algo no termina de funcionar. Sólo hace falta ver cuantas familias aparecen en la parroquia para apuntar a sus hijos a las catequesis de pre-comunión y cuantas continúan una vez llevada a cabo la primera comunión. 

Si los cristianos crecemos llevando únicamente la leve capa de Fe adquirida al nivel de 7-9 años, nos encontramos con la evidencia que nos indica el Santo Padre: el analfabetismo de la Fe. 

Puedo repetir un diagnóstico que ya he comentado otras veces: la Fe nace, crece, se reproduce y nos lleva a la resurrección, dentro de una comunidad. La Fe solitaria y desafectada no es realmente Fe cristiana. La Fe debe considerarse como algo vivo. De hecho lo es: nace, crece, se reproduce y procuramos que no muera, sino que nos eleve a la salvación. 

Igual que a un ser vivo, a la Fe hay que cuidarla, alimentarla y curarla cuando tiene sus altibajos. Las crisis de Fe existen y se mezclan con crisis de identidad personal. Tarde o temprano aparece la gran pregunta que todos nos hacemos ¿Para que hemos nacido? Está pregunta está íntimamente relacionada con la Fe, ya que cualquier respuesta que demos parte de una confianza y un entendimiento que se descubre y nos ilumina. Encontrarnos a nosotros mismo lejos de la Fe, suele llevarnos a callejones sin salida que nos desesperan y nos machacan. La Fe nos lleva a la Esperanza y ambas nos predisponen a la Caridad. 

Por otra parte, la comunidad cristiana no es algo que se improvise de un día para otro. Es una construcción colaborativa en que intervenimos cada uno de nosotros y Dios mismo. Cada comunidad es diferente y peculiar. La amalgama de formas de ser, entender y actuar nos llevan integrarnos de una forma que a veces parece milagrosa. Bueno, es milagrosa siempre, ya que los egoísmos nos separarían si olvidásemos el centro y el sentido que es Cristo mismo. 

Esa comunidad cristiana es la que debe acompañarnos toda la vida y formarnos con ella y a través de ella. Pero no veamos la comunidad como algo cerrado y localizado en unas coordenadas y tiempo determinado. La comunidad tiene dimensiones que van desde el grupo de amigos parroquiales hasta la Iglesia universal. La formación de cada uno de nosotros tiene influencia en todos los niveles de la comunidad. De igual forma, nuestro compromiso y nuestra espiritualidad también inciden en todos los niveles de al comunidad eclesial. Si queremos una Iglesia mejor, empecemos por cada uno de nosotros. 

Ahí está el gran secreto: compromiso, colaboración, participación son necesarios para salir del analfabetismo religioso. Después podremos elaborar planes y estructuras formativas, ya que entonces estas herramientas tendrán sentido. Para ello necesitamos es ofrecernos sin condiciones y miedos, a formar parte de la(s) comunidad(es) en las que vivimos nuestra Fe. Dar y recibir para el bien propio y el de todos.

¿Comunión? Si y en toda la profundidad del misterio que se esconde detrás de esa palabra.