Ayer hemos marcado en el calendario un nuevo 29 de febrero que no volveremos a marcar ya hasta el próximo año 2016, y que ha convertido este annus Dei de 2012 en bisiesto. Ahora bien, ¿por qué esta circunstancia de los años bisiestos?; ¿por qué un año de cada cuatro lo es?; ¿todos los años múltiplos de cuatro lo son? Y por último, pero no por menos, ¿por qué se llama bisiesto?
 
            Vayamos por partes. En el calendario cristiano -no así en cambio en el musulmán, y tampoco exactamente en el judío y en el chino, aunque estos dos intenten fórmulas de acoplamiento más o menos ajustadas- el año es el tiempo tarda la Tierra en darle la vuelta completa al Sol. Lo que pasa es que ese espacio de tiempo no se corresponde con una unidad entera de días, 365, sino que dura 365 días y un poco más.
 
            Un astrónomo tan antiguo como el alejandrino Sosígenes, en tiempos de Julio César, fue capaz de medir ya entonces que el tiempo que tardaba la Tierra en circunvalar el Sol era prácticamente 365 días y un cuarto de otro día, con lo que ya él determinó que para que el ciclo solar no se desajustara poco a poco, era preciso añadir un día a cada cuarto año del ciclo. Con lo que quedaba así regulado el que se dio en llamar calendario juliano, a saber, aquél en el que el año consta de 365 días, y cada cuarto año se añade uno más dejándolo en 366. El calendario juliano se empieza a utilizar en el año 46 a. C..

            En situación tal se estuvo funcionando durante nada menos que dieciséis siglos, hasta que en 1582, los astrónomos del Papa Gregorio XIII, y concretamente dos, el calabrés Aloysius Lilius (n.1510-m.1576) y el bávaro Cristóbal Clavius (n.1538-m.1612), jesuítas los dos por más señas, afinan mejor la duración del período y establecen que, en realidad, el año dura 365,242189 días. No hablamos, como se ve, ni de una centésima de diferencia (traducido a minutos apenas once) con lo determinado por Sosígenes, pero se trata de una centésima que en los dieciséis siglos que había estado en vigor el calendario juliano, había producido el adelanto del equinoccio de primavera, y en consecuencia, el “desplazamiento” del año calendar respecto del año solar, en nada menos que diez días.


            Identificado el error, se procede a subsanarlo, cosa que se hace, mediante la bula Inter Gravissimas del Papa Gregorio XIII, el 4 de octubre de 1582, al cual no le siguió el 5 de octubre, como habría sido lo esperable, sino el 15, lo que quiere decir que en los países que adoptaron el nuevo calendario, entre los cuales España el primero, el 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13 y 14 de octubre de 1582 no existieron. Se conseguía así restablecer el equinoccio primaveral al entorno del 21-23 de marzo.
 
 
            Pero eso no es todo, y se hace preciso, además, adoptar medidas para que en adelante, el equinoccio -un equinoccio a efectos eclesiásticos, no se olvide, fundamental para fijar la Semana Santa cada año- se mantenga en ese entorno, y el desfase no se vuelva a producir. Cosa que en el nuevo calendario que se da en llamar calendario gregoriano, se consigue manteniendo el día añadido al mes de febrero en los años múltiplos de cuatro, y realizando a los antiguos cálculos de Sosígenes un pequeño reajuste que sirva para acomodar el año de 365,25 días -o lo que es lo mismo, 365 días y 6 horas- que él había estimado, al año de 365,242189, -o lo que es lo mismo, 365 días, 5 horas y 49 minutos-, estimado por Lilius y Clavius.
 
            El ajuste queda marcado fijando que los años que pongan fin al siglo, los llamados años seculares, aun cuando todos ellos deberían ser bisiestos, sólo lo sean cuando además de múltiplos de 4, lo sean también de 400, es decir, eliminando tres bisiestos seculares de cuatro en cada ciclo de 400 años.
 
            Regla que determinó que el último año secular que hemos tenido, -y único que han conocido todos cuantos de Vds. sean capaces de leer este artículo y yo el primero-, el año 2000, haya sido efectivamente bisiesto. Pero no lo fueran en cambio, -como sí lo habrían sido en el calendario juliano-, ni el 1700, ni el 1800, ni el 1900.
 
            Y bisiesto, ¿por qué se llama, por último, bisiesto? Pregunta que nos retrotrae de nuevo al calendario juliano, donde el día añadido al año de cada cuatro, se incorporaba después del sexto día antes de las calendas de marzo, conformando el que se daba en llamar “segundo sexto” o, de otro modo, bisexto, bisiesto.
 
 
            ©L.A.
           
 
 
 
 
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