Ayer hemos conocido la sentencia del último de los casos que aún tenía abierto el juez Baltasar Garzón, la correspondiente a la causa general del franquismo abierta por el Juez Sol (“La Justice c’est moi”). Una sentencia que, como es bien conocido, ha sido absolutoria. Y eso por llamarla de alguna manera, que con sentencias absolutorias como la de ayer… ¡quién necesita de sentencias condenatorias!
 
 
            Tan engañosa fue la cosa en un primer momento, que hubo quien creyendo unirse a la fiesta del Juez Sol, aún se felicitaba ayer por el desenlace de su juicio. Elena Valenciano, número dos del pesoísmo post-zapaterita, haciendo gala de una desinformación preocupante en quien aspira a gobernar un día este país, consideraba la sentencia un éxito para quienes “siempre creímos que la justicia debía investigar los crímenes del franquismo”, cuando si algo deja arrebatadoramente claro esa misma sentencia es que tales crímenes, cometidos en todo caso hace setenta años, no van a ser juzgados nunca, por la sencilla razón de que jurídicamente, ya no corresponde hacerlo (como tampoco corresponde juzgar Castilblanco, Casas Viejas o Paracuellos).
 
            Con Valenciano o sin ella, el Juez Sol sale verdaderamente mal parado de la sentencia de ayer. Se ha salvado de una nueva inhabilitación -¿Quién necesita otra? La que tiene le basta para jubilarse-, ya que según el Tribunal, aunque el magistrado "haya incurrido en exceso en la aplicación e interpretación de las normas, no merece el reproche de arbitrariedad exigido en la tipicidad del delito de prevaricación". Pero no porque esa misma sentencia no se haga eco de una manera prolija y detallada de la plaga de errores e irregularidades cometidos por el Juez Sol, los cuales, siempre según la sentencia, obligan a catalogarlo como pésimo jurista y como peligroso administrador de justicia, ya que no por su mala fe, sí por su ignorancia.
 
            Todo lo cual es más grave aún si ponemos la sentencia de ayer en relación con la publicada el pasado 13 de febrero, cuyo fondo tampoco deja al Juez Sol en buen lugar, al absolverle por haber prescrito los hechos veinticinco días antes, no sin hacer mención expresa de que de no haber mediado dicha prescripción, ello “habría acarreado consecuencias jurídicas inmediatas” y un “desenlace bien distinto” al de su archivo. Es decir, que el juez prevaricador se salva de peor condena gracias a unas garantías que son, precisamente, las que él negaba en sus juzgados. Bonita paradoja ¿no?

 
            Volviendo a la sentencia de ayer, y desde el punto de vista estrictamente político, quizás haya hasta que felicitarse de que el Juez Sol no haya sido condenado por esta causa general que por su cuenta y riesgo abrió en su día contra el franquismo, mientras pronunciaba aquello de “La justice c’est moi” para delirio del cortejo de alabanceros que le acompaña doquier que va. Condena tal era la ocasión que esperaban para montar el numerito al uso y acusar una vez más a la democracia española de ser una mera tapadera del Régimen Franquista. Lo cual no tiene tanta gravedad de fronteras para adentro, donde el argumento es cansino y está amortizado de puro manido, viejo e inconsistente, como de fronteras para afuera, donde nuestra Transición no se conoce como es preciso para juzgarla, y donde una condena del Juez Sol habría sido, sin duda, errónea y maliciosamente interpretada por cuantos prefieren guiarse por consignas que por hechos contrastados.

 
            ©L.A.
           
 
 
 
 
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