Continua la crónica de José Quilez [en la primera foto] para Estampa

ALJUSTREL, LUGAR DE VIDENTES…

Cerrada ya la obscura noche llegamos a Aljustrel. Embocamos por una pina calleja envuelta en completa oscuridad, que a este lugarejo no llegó aun la luz eléctrica, y, por fin, rodeados de rapaces y mozos, llegamos hasta la choza, más que casa, en que nació la vidente Lucía de Jesús dos Santos, que en aquella tarde de mayo hablara con la Virgen en el bosque de Cova de Iria…

No he precisado llamar, que la puerta está abierta. Y del interior sale un pálido reflejo que denuncia al viejo candil de nuestras humildes aldeas castellanas… Nuestra presencia no es advertida con prontitud, y ello me da lugar a descubrir un cuadro humilde, sencillo y recatado que nos conmueve hondamente. Por escenario, una vieja y destartalada cocina; en el fondo, junto al marco de renegridos maderos que forman la chimenea, en rededor de una mesuca y alumbrándose con un candil, una moza deletrea más que lee las maravillosas apariciones de la Virgen que habló con la pastora…

Atentas, silenciosas, escuchan la narración las cuatro hermanas de Lucía de Jesús, agrupadas junto a la madre, María Roso, enterrada en negras vestiduras, por entre las cuales sólo se ve un rostro moreno y exangüe…

Nadie sabe a dónde marchó la pastora Lucía, ungida por el fervor de la Virgen, y las gentes tejen historias y leyendas de los caminos por que se fue la niña que cuidaba ovejas en los bosques de Cova da Iria, pero el reportero ha entablado una suave charla con esta viejecita, verdadero suspiro de mujer, y, por fin, luchando con la proverbial desconfianza campesina, le arrancó el secreto de su vida, que es para ella un tesoro…

-La mia filinha, senhor, estuvo o colegio do Oporto; educáronla, se hizo sabia, y de allí fue a consagrarse a Dios, y en vuestra patria, en España, en el convento de Dorotehinas que hay en Tuy, trascurren sus años, entregada a su amor a la Virgen, que la eligió entre tantos y tantas niñas pastores…

Cerrada por completo la noche, abandonamos la casuca. La vieja María, temblorosa, pero con luz de felicidad y de sacrificio en los ojos, zarandea al reportero, y exclama, poseída de un extraño y alucinante fervor:

- ¡Marchó, excelenza, marchó… Pero la mía filinha es una santinha, es una santinha!...