En otro artículo surgió el tema de hablar de cristianismo en el trabajo con ateos y otras hierbas del palo. La clave de hablar con descreídos es la siguiente: no hablamos el mismo idioma.

Mi lengua materna es el “cristiano”, y solo hablo el “ateo” como segundo idioma, con la desgracia de que alguno de mis conocidos laborales son hablantes nativos de “ateo” y el “cristiano” lo tienen bastante oxidado. Y no nos entendemos, la verdad es que no.

Pongamos que se habla de Dios. Para mí Dios significa “ser sobrenatural creador que nos ama y espera que le amemos igualmente” Para mi interlocutor significa “ser mitológico para asustar a los niños” Señores: no nos vamos a entender jamás.

Por ello, para hablar de asuntos trascendentes como los milagros, el Universo, la vida después de la muerte, o cualquier cosa sobrenatural lo primero que hago es aclarar conceptos. ¿Qué idioma estamos hablando? ¿Es Dios un ser mitológico o real? En definitiva: ¿Existe Dios?

Si no pensamos lo mismo sobre Dios, no pensaremos lo mismo de cualquiera de estas cosas y de muchas otras, ya que todas emanan de Él. En estos casos, cualquier cosa que no sea abordar esta pregunta es una pérdida de tiempo. Tan pérdida de tiempo como hablar idiomas distintos.

D´Artagnan