¡Qué lección la que nos llega hoy del Reino Unido! Un ministro británico, el ministro de Energía, Chris Huhne por más señas, que va a dimitir… ¡¡¡por una multa de tráfico que no quería pagar!!! Para ser precisos, por buscar a alguien que accediera a asumir la infracción cometida por él a los efectos de no perder los puntos correspondientes (¿que no conocen Vds. a nadie que haya intentado lo mismo?). Algo que, además, ocurrió en 2003, cuando ni siquiera era ministro, y todo porque ese alguien que le “encubrió” los puntos y que ahora le denuncia, no es otra persona que su propia mujer, que cuando ocho años después es engañada por su marido, el ministro, decide vengarse de él denunciando la trampa.
 
            La verdad es que el asunto reviste todos los rasgos del culebrón: una esposa despechada, un ministro “corrompido” (aunque la corrupción consista en tratar de salvar un punto del carnet), una amante entrometida...
 
            Llama la atención que puestos a dimitir por un engaño, el ministro no lo haga por aquél del que hace víctima a su esposa, sino por aquél del que hace víctima a la administración, por más que, moralmente hablando, sea aquél mucho más grave que éste. Lo que por llamativo que parezca, no deja de obedecer a una cierta lógica: el engaño a su esposa forma parte de su conducta estrictamente privada, en tanto que en el engaño a la dirección general de tráfico, ésta no deja de ser un órgano más de una administración en cuya dirección el ministro está implicado.
 
            Se espera de los políticos un comportamiento inmaculado. ¿Tan inmaculado como el que se espera de alguien que trabaja para una empresa? Alguien podría decir que no, que se exige más a un político, y que a nadie le echarían de su empresa por intentar salvar sus puntos del carnet atribuyéndole una infracción de tráfico a un allegado. Desde este punto de vista, dada la dimensión de los hechos, la dimisión de Huhne sería ciertamente exagerada. Pero existe otro enfoque. Y es el que consiste en que nadie se salvaría del despido de su empresa si le pescan metiendo la mano en la caja de la empresa, que es lo que, de alguna manera, ha hecho el ministro de energía al intentar engañar a la empresa “en” o “para” la que él trabaja: la administración. Claro que para llegar a este enfoque hay que tener muy claro, que el dinero público no es que no sea, como decía aquélla, “de nadie”, sino que por el contrario, y bien por el contrario, es de todos, y por lo tanto sagrado.
 
            Sólo cuando los españoles alcancemos esa concepción de los hechos habremos escalado un peldaño más por lo que a calidad de nuestra democracia se refiere. Que tener una democracia no es sólo acudir a las urnas cada cuatro años: es tener la clara conciencia de que la cosa pública nos concierne a todos, y de que la democracia la hacemos cada día con nuestro comportamiento y con la defensa cotidiana de nuestras libertades, de nuestros derechos, de la justicia… y de nuestro erario, también de nuestro erario. Que para eso la primera misión que tuvieron las Cortes a lo largo de la historia no fue la de velar por los derechos de los ciudadanos ni nada que se le parezca, sino la de autorizar los dineros con los que el estado, rudimentariamente representado por el rey, podía gravar al ciudadano.
 
            Y todo ello para que no tengamos que soportar cómo se carcajean de nosotros (y lo que es peor, con nuestra total complicidad si lo hacen al amparo de las siglas que hemos votado) cocainómanos que se pagan la cocaína a cargo del erario; malversadores que hacen aeropuertos sin aviones, o levantan embajadas sin embajadores; sinvergüenzas que se jubilan a cargo del erario público antes de haber nacido; estafadores que disponen de los fondos públicos a favor de empresas con facturación cero o sin ninguna viabilidad en las que no invertirían jamás si hubieran de hacerlo con sus propios fondos; o bandidos que cobran comisiones a cambio de favores a cargo del erario.
 
            Y todo ello, sin que aquí dimita ni su padre. Y lo que es peor, no tanto por un movimiento de resistencia del implicado hasta cierto punto comprensible, sino porque los primeros que le invitan a no hacerlo son los que les rodean, sus propios compañeros, probablemente en la errónea concepción de que una victoria contra la corrupción es en realidad una derrota contra el oponente político, o lo que es más probable y aún peor, en la esperanza de recibir parecido apoyo cuando les pesquen a ellos.
 
            ¿Saben que es lo que más me ha extrañado cuando el ministro de Hacienda sacó a la palestra la posibilidad de empurar a quiénes hacen un uso inadecuado de los fondos públicos (algo que, por cierto, apuesto lo que quieran a que no hará)? Que no se hayan quejado los que a priori más deberían temer a la medida, es decir, los que están actualmente gobernando y, por lo tanto, manejan esos fondos, sino los que desde la oposición, deberían estar aplaudiendo con las orejas una medida que en cualquier país normal habría propuesto la oposición, y no el Gobierno que ha de ser fiscalizado. ¿No les parece mosqueante? Para mí que aspiran a estar “tocando pelo”, “pisando moqueta” o “chupando del bote”, llámenlo como quieran, bien pronto. ¿O no?
 
            En fin, de momento, el ministro británico de energía ya ha dimitido. Quizás sea exagerado, no crean Vds. que hasta cierto punto no me lo parece. Es desde luego un ejemplo y un motivo para la reflexión... Y para la envidia.
 
 
            ©L.A.
           
 
 
 
 
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