Estamos, un año más, en plena semana de oración por la unidad de los cristianos. Del 18 al 25 de enero, desde 1908, se nos pide a todos los cristianos que elevemos nuestras plegarias a Dios para que se lleve a cabo el milagro de la unidad, tal y como Cristo pidió al Padre en aquella oración pronunciada poco antes de dejar el Cenáculo para ir hacia el Monte de los Olivos, el jueves santo por la noche: “Padre, que todos sea uno para que el mundo crea”.

Sin embargo, un año más, las perspectivas de la unidad entran exclusivamente en el ámbito de lo milagroso. De hecho, aunque se han dado avances en el diálogo ecuménico en temas tan significativos como la justificación por la fe con los luteranos, o como el primado del Papa con los anglicanos, tenemos que reconocer que hoy estamos más lejos de la tan deseada unidad que cuando empezamos.

 

Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia católica vivió un auténtico fervor ecuménico. Pero entonces los luteranos y los anglicanos no habían aceptado el sacerdocio de las mujeres, ni la homosexualidad ejercida por sus pastores, ni el aborto. Hoy, eso y otras muchas cosas radicalmente contrarias a la doctrina católica son patrimonio de las llamadas “Iglesias históricas”, que son las que con más interés se han tomado el ecumenismo. ¿Cómo podemos, por ejemplo, aceptar que tenemos el mismo concepto de bautismo con los reformados franceses, cuando ellos administran ese sacramento incluso a los animales, llegando incluso a darles la comunión?

Y si nos fijamos en esos grupos que acaparan la inmensa mayoría de los protestantes y a los que sólo se les puede calificar como sectas, el diálogo es imposible con ellos. Basta con escuchar a la inmensa mayoría de sus pastores o de sus predicadores para oír enseguida una serie de insultos y desatinos contra la Iglesia católica, a la que se identifica con Satanás, contra el Papa o contra la Virgen María. Las televisiones e internet están llenos de ejemplos de este tipo.

Por lo tanto, con unos, que son personas respetuosas y dialogantes –los luteranos, los episcopalianos, por ejemplo- la realidad demuestra que cada vez estamos más lejos. Con otros, el diálogo es imposible pues toda su estrategia de crecimiento la basan en atacar ferozmente a la Iglesia católica para desprestigiarla y conseguir arrebatarle nuevos adeptos.

Es por eso que conviene hacer lo que ha dicho el Papa, que es, además, la esencia de esta semana. Hay que orar. Orar sin desfallecer. Hay que pedir a Dios el milagro de la unidad y para ello hay que entender la enorme importancia que tiene que los cristianos estemos unidos ante un mundo secularizado. Hay que desear intensamente esa unidad. Hay que rezar por ella.

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