La historia de la humanidad se mueve de un extremo a otro. Algo así como si se tratara de un péndulo. De una mentalidad exageradamente estricta y cerrada, hemos pasado a justificar todo tipo de hechos objetivamente reprobables. De ser intolerantes, dando lugar a la guerra, el odio y el racismo, se ha optado por la tolerancia de crímenes como el aborto y la esterilización forzada. Es un deber moral, religioso y jurídico, tolerar la pluralidad de ideas y posiciones, sin embargo, cuando la tolerancia se convierte en un pretexto para destruir el tejido social, hay que saber poner un alto.
Hoy en día, defender los valores que no son negociables, como el derecho a la vida, implica un riesgo muy grande, pues sobran los señalamientos y acusaciones, como si se tratara de un acto intolerante y, por ende, excluyente. Tolerar lo intolerable, da lugar al caos. Si un profesor tolera que sus alumnos no entreguen puntualmente sus tareas, provocará que el rendimiento académico se reduzca al mínimo, pues no habrá orden, sino una crisis académica.
Se debe ser intolerante ante las circunstancias que pongan en riesgo el estado de derecho, respondiendo de manera pronta y efectiva, sin que esto de lugar a la violación de la dignidad de la persona humana, es decir, que no se trate de respuestas desproporcionadas o, en su caso, contrarias a los Derechos Humanos, pero siempre con la intención de poner orden y, en lo posible, resarcir el daño. Seamos, pues, intolerantes con todo aquello que resulte una amenaza para la paz.