Cuando era pequeño me gustaba sostener en alto, frente a la luz del sol o de una lámpara, las hojas de papel que usaba para escribir o dibujar, para intentar descubrir la filigrana –como una marca de agua– que muchas de ellas llevaban impresa. Recuerdo, por ejemplo, la imagen del elefante que identificaba el papel de la empresa Papelera Española, en la que trabajaba mi padre. Era toda una aventura ver aparecer, de repente, la clara silueta del paquidermo, invisible hasta el instante en que la luz producía su milagro.

Años más tarde, siendo ya sacerdote, volví a contemplar en muchas ocasiones un fenómeno similar al elevar la forma consagrada en la celebración de la Eucaristía. Si las condiciones de luz eran las adecuadas, también aquí podía ver aparecer una imagen que evocaba a Quien está presente en el santísimo sacramento del altar.

  

Christian Bobin, en la obra que citaba en la última entrada del blog, evoca esta misma experiencia para describir nuestra relación con el mundo, si lo miramos –y admiramos– a la luz de la fe, desde el asombro y la maravilla, como don del Creador:

"Cuando se ve este mundo, se ve el otro al trasluz, como la filigrana grabada en la trama del papel".

 

Juan Miguel Prim Goicoechea

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