Celebran hoy, 10 de diciembre, con grandes alharacas y festejos los emeritenses la fiesta de su patrona, Santa Eulalia. Santa por la que se profesa en la ciudad gran devoción, tanto que, amén de ser su patrona, tiene en ella calle, monumento y basílica. Una basílica románica, la de Santa Eulalia, que más allá de su belleza intrínseca, reviste el gran interés de las increíbles prospecciones arqueológicas realizadas en ella, que han permitido sacar a la luz y hacer visitables cuatro estratos arqueológicos, con una necrópolis en la base, una casa romana en el segundo estrato, una iglesia visigótica en el tercero, y la basílica románica en el cuarto.
 
            Eulalia fue una jovencita que recibió el martirio en el año 304, y una de las más célebres mártires españolas, glosada por el mismísimo San Agustín. Curiosamente, su tradición la sitúa en dos ciudades diferentes: Mérida, que la festeja el 10 de diciembre, y Barcino, Barcelona, que la celebra el 12 de febrero. La similitud de los hechos y de las circunstancias que rodearon la biografía, y sobre todo, la especialísima muerte, como tendremos ocasión de ver, de las dos eulalias, aunque la tradición emeritense es un siglo más antigua que la barcelonesa, invitan a pensar que se trata del mismo martirologio.
 
            Ora en Mérida, ora en Barcelona, cuando apareció el decreto del Emperador Diocleciano, autor de la última y al decir de las crónicas más cruel de las persecuciones que el Imperio Romano desplegó contra el cristianismo, la cristiana Eulalia apenas tenía trece años de edad. Dado el coraje y el carácter intrépido de la moza, su madre prefirió alejarla de la urbe y llevarla al campo, pero ésta abandonó la casa y se presentó en la ciudad encarándose ante el Gobernador a quien, según recoge el cronista Prudencio, le dijo estas palabras:
 
           “Decidme, ¿qué furia es esa que os mueve a hacer perder las almas, a adorar a los ídolos y negar al Dios creador de todas las cosas? Si buscáis cristianos, aquí me tenéis a mí: soy enemiga de vuestros dioses y estoy dispuesta a pisotearlos; con la boca y el corazón confieso al Dios verdadero. Isis, Apolo, Venus. No te detengas, pues, sayón; quema, corta, divide estos mis miembros; es cosa fácil romper un vaso frágil, pero mi alma no morirá, por más acerbo que sea el dolor”
 
            El gobernador, de nombre Daciano, intentó primero persuadir a la niña con regalos, y al no conseguirlo, le enseñó los instrumentos con los que podía hacerla torturar si no quemaba incienso en el altar de los ídolos. Eulalia tiró al suelo el incienso y contestó valientemente: “Al sólo Dios del cielo adoro; a El únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré incienso. Y a nadie más”.

            El gobernador entonces, preso de un ataque de cólera, mando que torturaran a la niña, con un refinamiento que llama la atención, a tantos tormentos como años tenía, trece. En el primero de ellos fue azotada. En el segundo le fue desgarrada la carne. Luego fue puesta de pie sobre un brasero ardiendo y le fueron quemados los pechos. Las heridas le fueron fregadas con piedra tosca, para luego arrojarles aceite hirviendo y plomo fundido, además de lanzarla a una fosa de cal viva. El noveno tormento consistió en ponerla desnuda en un tonel lleno de cristales y objetos punzantes, siendo lanzada por una calle en bajada. Posteriormente, fue encerrada en un corral lleno de pulgas. Finalmente, fue paseada desnuda por las calles de la ciudad hasta el lugar del suplicio, donde fue crucificada en una cruz en forma de aspa. Al morir, la gente vio salir de su boca hacia el cielo una paloma blanca, que llenó de terror a sus verdugos los cuales salieron huyendo. Su cadáver quedó tirado en el suelo, pero según la leyenda, una piadosa nevada tapó la pureza de su cuerpo desnudo hasta que, unos días después, unos cristianos le dieron sepultura.
 
            Las niñas y las mujeres que porten el nombre de Eulalia deben saber que portan un bellísimo nombre griego que significa “la que habla bien”: eu “bien”, lalia “hablar”, Eulalia, la que habla bien.
 
            La tradición de Santa Eulalia se extiende por toda la geografía española y aún europea. Multitud de iglesias y hasta ciudades llevan su nombre en España, Portugal, Francia o Italia. Pero es particularmente importante en España y concretamente en dos grandes ciudades españolas ya citadas: Barcelona, de la que un día fue patrona, y a cuya catedral da nombre; y Mérida, de la que aún hoy es patrona y donde igualmente da nombre a una basílica.

                       
 
            En cuanto a su sepultura, alguna vez estuvo en la Basílica de Santa Eulalia en la extremeña Mérida. El túmulo (ver encima) es hoy día visitable gracias a las impresionantes prospecciones realizadas en ella de las que hablamos arriba. Y desde luego, se visita también el magnífico sepulcro de Santa Eulalia en la cripta del mismo nombre de la catedral de Barcelona (abajo).

                                
 
            La identidad de las dos eulalias, la de Mérida y la de Barcelona, y su posible coincidencia, no es cuestión baladí, y bien al contrario, ha sido objeto de sesudos estudios como el de los bolandistas que en el s. XIX se propusieron la depuración del santoral, y el de Angel Fábrega Grau realizado en 1958. Como caber, cabe la posibilidad de que la santa fuera natural de Mérida y que al caer la ciudad en poder de los moros, se desplazaran sus restos al norte, misma cosa que ocurrió con tantos santos españoles, como por ejemplo San Isidoro, desplazado desde Sevilla hasta León, suscitando una nueva tradición, tan intensa que, en este caso, terminaría apropiándose de la identidad de la santa. Es sólo una hipótesis.
 
            Una hermosa leyenda atribuye a Santa Eulalia la lluvia que acostumbra a afear la festividad de la actual patrona de Barcelona, la Virgen de la Merced: según los presumidos barceloneses, no sería sino la santa que llora a causa de haber sido desposeída del patronazgo de la bella ciudad española.
 
 
            ©L.A.
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