Una de las más bonitas plazas de Roma, como sobradamente es conocido de los muchos españoles que visitan la maravillosa capital italiana, y aún de tantos que sin haber tenido la ocasión de visitarla aman la ciudad eterna, es la Piazza di Spagna, la Plaza de España, con la archifamosa Escalinata obra de Alessandro Specchi y Francesco de Sanctis; con la Embajada de España ante la Santa Sede; con la iglesia de la Trinitá dei Monti; con la Fontana della Barcaccia de Bernini, and last but not least, por último pero no por menos, con el maravilloso Monumento a la Inmaculada Concepción.
 
            La Plaza de España de Roma recibe su nombre del Palazzo di Spagna, el edificio que desde 1647 alberga la Embajada de España ante la Santa Sede, así como la Embajada de España ante la Soberana Orden de Malta y también las Obras Pías de los Establecimientos Españoles en Italia, de las que el embajador de España es gobernador; no así, en cambio, la Embajada ante la República de Italia, sita en el también bellísimo Palacio Borghese. Se trata, al decir de muchos, de más antigua embajada permanente de un estado ante otro, una muestra más de la importancia de España en la historia, algo de lo que los españoles no somos muy conscientes.
 
                                 

            El
Palazzo di Spagna fue adquirido para España por el Conde de Oñate, embajador de Felipe IV, quien encarga su rehabilitación al gran arquitecto Borromini. La embajada será testigo desde ese momento de tantas de las gestiones realizadas desde la Casa real española, y muy concretamente por Felipe IV, para conseguir del Papa, precisamente, la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción, razón por la que, una vez proclamado éste en 1854 por Pío IX, se consideró que la plaza en la que se ubicaba era el sitio idóneo para emplazar el monumento.
 
            En cuanto a éste, reposa sobre una columna de 11,81 ms. hallada en el Monasterio de Santa María de la Inmaculada Concepción, en el Campo de Marte, en 1777, de mármol de Corinto. El monumento en sí es obra del arquitecto Luis Poletti, que adosó en su base a los personajes veterotestamentarios David, Isaías, Ezequiel, y Moisés, se supone que cada uno de ellos protagonista de alguno de los pasos dados hacia la configuración del dogma. Las cuatro caras de la base contienen escenas en bajo relieve de la definición del dogma, del sueño de San José, de la comunión de la Virgen y de la Anunciación.
 
            Por lo que hace, por último, a la estatua de la Virgen en su cúspide, es obra del escultor modenense Giuseppe Obici (18071878), y fue fundida en bronce por Luigi Derossi. La Virgen posa los pies sobre una esfera con la media luna que a su vez, reposa sobre los cuatro evangelistas representados por sus símbolos, a saber, el ángel de San Mateo, el león de San Marcos, el toro de San Lucas, y el águila de San Juan. El monumento se levanto el año 1857 y fue inaugurado por el Papa Pío IX en persona, quien, una vez más no por casualidad, lo hizo desde la terraza de la Embajada española.
 
            La fiesta de la Inmaculada registra en Roma, concretamente en la Plaza de España una importante tradición que se remonta a la declaración del dogma. Los primeros en hacer acto de presencia en ella el día de la Inmaculada, tal día como hoy por lo tanto, son los bomberos de Roma, que entre las 7:30 hs y las 7:45 hs cuelgan con su larga escalinata una guirnalda de flores blancas al brazo de la imagen a la que saludan militarmente.

            A continuación tienen lugar una serie de procesiones en honor a la Inmaculada y al Papa que declaró el dogma. Y sobre las cuatro de la tarde, suele acudir el Papa, que coloca ante la imagen de la Inmaculada una cesta de rosas blancas, hecho lo cual, numerosos romanos y visitantes continúan depositando flores ante el monumento.
 
            Un amable lector de esta columna al que estoy sumamente agradecido, Mario Quintana, me aporta un documento emitido por la Santa Sede del que se extrae que la costumbre de enviar flores a la Inmaculada de la Plaza de España el 8 de diciembre la inauguró el Papa Pío XII en fecha indeterminada; en tanto que la de presentarse en la Plaza con una canasta de rosas blancas y arrodillarse ante la estatua fue inaugurada por el Papa Juan XXIII el 8 de diciembre de 1958, así pues, apenas cuarenta y un días después de su exaltación al trono de Pedro.
 
 
            ©L.A.
           
 
 
 
 
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