Cuando iba en sexto de primaria, me regalaron un libro escrito por Mons. Joaquín Antonio Peñalosa, titulado “Yo soy Félix de Jesús” sobre la vida y obra el P. Rougier. Y aquel libro me dio perspectiva, porque entonces tuve la certeza de que Dios no era un mito o alguien que te hace la vida pesada, sino la realidad que le da sentido a todo lo demás de un modo profundo e inteligente. ¿Cómo llegué a esa conclusión? Al darme cuenta de que por cada obstáculo con el que se encontraba el P. Félix (¡y no fueron pocos!) una puerta se abría. Había alguien que, si bien no le ahorraba dificultades, se las suavizaba, haciendo de lo imposible (eran tiempos de la persecución religiosa en el México del siglo XX) algo posible (las cuatro congregaciones que fundó).

Trasladándolo a mi experiencia como laico y profesionista, debo decir que cuando el panorama se me complica, cuando parece que no tengo salida o respuesta, siempre hay alguien o algo que me tiende la mano. Es decir, los medios de los que Dios dispone. Así las cosas, aunque no me quita ciertos pesos y luchas, sí que me ayuda a vivirlos de una mejor manera. Y esto lo he comprobado una y otra vez. Nos dice el método científico que para que algo sea verdad debe pasar por la comprobación de la hipótesis y que esta, a su vez, se constata, cuando produce un resultado concluyente. Pues bien, mi resultado concluyente es que no me ha faltado -y confío en que nunca me falte- la ayuda de Dios. Él le pone límites a nuestros problemas y dolores.

Cuando alguien nos pregunte, ¿cómo puedes creer en Dios con tantas cosas tristes y complejas que sucedan en el mundo? La respuesta es que, si bien la vida es difícil, él permanece y nunca deja de responder. Muchas veces, eso sí, la respuesta se entiende en retrospectiva, pero es una realidad concluyente. Y agregarle que no soy el único que lo ha podido constatar. Somos millones.