Un joven enamorado de su fe, es capaz de incomodar a los cómodos, es decir, a los que siguen creyendo y apostándolo todo por las estructuras de pecado, ya que sabe de dónde viene y hacia dónde quiere llegar; Dios es su hoja de ruta. Por esta razón, no faltan las parodias e ironías, sobre los jóvenes que buscamos vivir al estilo de Cristo. Piensan que sólo llevamos una mochila y una playera que dice “I love Jesus”, sin embargo, somos mucho más que eso. No nos dejamos vender, es decir, influenciar por campañas que pretenden, anteponer la cultura de lo exprés o desechable, a lo que sin duda alguna es esencial, como la fidelidad creativa en una relación de noviazgo o, en su caso, la defensa pública de la fe, en el contexto universitario.
¿Por qué resultamos incómodos? Simple y sencillamente, porque somos las generaciones del futuro y algunos no resisten la idea de que sigamos adelante con la obra de Jesús, siendo profesionistas y líderes comprometidos con la transformación de la sociedad. Dios es incómodo, porque dice la verdad, lo cual, a su vez, nos hace profetas, porque hablamos claramente sobre el amor, en un contexto, muchas veces, inhumano e indiferente. Creemos en la esperanza y eso les duele a los que la han perdido y se niegan a descubrirla en el único que tiene la capacidad de inspirar fe y alegría: Dios.
¿Qué nos toca hacer a los jóvenes? Dejarnos llevar por Jesús, es decir, relacionarlo con todas las áreas de nuestra vida. Desde los estudios, hasta las fiestas. Implica caminar en contra de la corriente, pero sin complejos, porque estamos rescatando la humanidad del ser humano, es decir, nos la estamos jugando por el proyecto de Cristo, el cual, a su vez, es la respuesta a las crisis y dificultades por las que atraviesa la humanidad. Desde las económicas, hasta las políticas.
Jóvenes católicos, como diría el Papa Juan Pablo II, “no tengáis miedo”, pues vale la pena lanzarse a la conquista de nuevos horizontes, abogando por la justicia social. Esto es, por el clamor que un día animó el corazón de la Venerable Concepción Cabrera de Armida: Jesús, salvador de los hombres, ¡sálvalos!