El pasado día 1 hablábamos en esta misma columna de la reliquia “mueble”(1) más estrechamente vinculada a la Virgen María, el Santo Cíngulo que la Virgen arrojó a Santo Tomás en el momento de su Asunción. Una reliquia que, quiero recordarles, obtiene carta de naturaleza en la literatura apócrifa, concretamente en el llamado Narración del Pseudo José de Arimatea, donde se dice:
 
            “Después el bienaventurado Tomás se puso a contarles cómo se encontraba celebrando misa en la India. Estaba aún revestido de los ornamentos sacerdotales cuando ignorando la palabra de Dios, se vio transportado el monte Olivete y tuvo ocasión de ver el cuerpo santísimo de la bienaventurada Virgen María que subía al cielo; y rogó a ésta que le otorgara una bendición. Ella escuchó su plegaria y le arrojó el cinturón con que estaba ceñida. Entonces él mostró a todos el cinturón” (op.cit. 20).
 
            Pues bien, si entonces les hablaba del cíngulo que se venera en el monasterio de Vatopedy, en el monte Athos en Grecia, hoy quiero hablarles de otra reliquia venerada bajo la misma advocación, pero en otro lugar absolutamente diferente del mundo, y con una tradición y devoción que en nada desmerecen a la de Vatopedy: me refiero a la que se venera en la catedral de San Esteban en Prato, localidad italiana de unos 185.000 habitantes, donde la veneración de la reliquia está llamativamente enraizada en la cultura popular y se halla, de hecho, en la mismísima base de la concesión de la categoría de diócesis a la ciudad.



            El cíngulo de Prato tiene una longitud de 87 cms., está realizado en lana de cabra, frente al pelo de camello de la que está hecha el de Vatopedy, y es de color verdusco y brocado en hilo de oro.
 
            La presencia de la reliquia en Prato se remonta a los tiempos de la I Cruzada, en los que la recibe en la dote de su mujer, María, -una cristiana de Jerusalén hija de un sacerdote de rito oriental (probablemente caldeo y por lo tanto no sometido al voto de castidad)-, Michele del Prato, un italiano enrolado en los ejércitos cruzados. Según la tradición, la cristiana en cuestión, así como su padre sacerdote, pertenecían a la familia encargada de la custodia de la reliquia desde su hallazgo en el inicio de los tiempos.
 
            De vuelta a Prato en 1141, y en articulo mortis, Michele habría hecho donación de la reliquia al preboste catedralicio Ruberto della Pieve en 1171, momento a partir del cual, empezó a ser objeto de una acendrada veneración que se unió a los muchos prodigios que se producían en torno a ella.
 
            Uno de los episodios más remarcables vinculados a la reliquia habla del intento de robo perpetrado en el s. XV por Giovanni di ser Landetto, conocido como Musciattino, al solo efecto de trasladarla a Pistoia para su veneración, un robo, pues, de lo más “pío”. Capturado el ladrón, habría sido quemado en la hoguera, no sin previamente serle cortada la mano derecha, produciéndose el prodigio de que apareciera en el quicio de una de las puertas de la catedral una mancha de sangre con forma de mano (ver a la derecha), que algunos atribuyen a un milagro y otros a un capricho del mármol, perfectamente visible hoy día.
 
            Conservada primero en el altar mayor de la luego catedral, tras el intento de robo del Musciattino se construye una capilla en el lado izquierdo para alojarla, ornamentada con los frescos de Agnolo Gaddi con los episodios de la historia de la Virgen María y del Cíngulo.
 
            En 1786 se produce dentro de la propia Iglesia un proceso de cuestionamiento de la reliquia, con una declaración del obispo Scipione de Ricci desacreditándola, seguida de una revuelta que terminó con la pública retractación del obispo.
 
            Actualmente se conserva custodiada bajo tres llaves, una de las cuales en posesión del obispo, y se procede a su ostensión cinco veces al año: por pascua, el primero de mayo mes de la Virgen, la asunción, en Navidad, y el 8 de septiembre, natividad de María con especial solemnidad.
 
 
                (1) Reliquias “inmuebles” si se me permite llamarlas así, hay otras. Así la casa en la que habría vivido en Efeso, la casa de Nazaret, etc. Por cierto que a ambas nos hemos referido en esta columna.
 
 
            ©L.A.
           
 
 
 
 
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