Antes de todo: Alguien, no algo. Luego, siempre luego, con el tiempo, estallido inicial del Ser en los seres en formación, crecimiento, multiplicación, diversidad,… evolución y vuelta de nuevo al Ser.

En el cielo la luminaria de día resplandece como Su presencia ante todo y todos. Y unos identificaron luz con Luz, sin saber más allá, aunque se aventuraran a atribuir muchas cualidades divinas de la luz.

Pero la Luz no sólo era la Luz, no sólo es Luz de toda luz, porque sobre todo es Amor. Y hubo quien pensó que su amor era el Amor y también se equivocó. Pudiendo tener el modelo original se quedó con la imagen y la semejanza.

Hasta hubo quien creyó que la vida era toda la Vida. Y se ofuscaron en estudiar e intentar controlar todos y cada uno de sus misterios a través de la ciencia, y de innumerables tecnologías muy avanzadas, y sólo alcanzaron más a un pálido reflejo, un pequeño y mortal destello.

Por último, también se asombraron otros de la capacidad expresiva de la palabra humana, su poder sugestivo, transformante, y se embelesaron pensando que un día lograrían descifrar tantos mensajes ocultos y la verdad plena de tantos datos revelados por diversos medios. Pero cuanto más se obcecaban en las capacidades de su palabra, menos atendían a la Palabra única, verdadera, primera y última, creadora y salvadora de todo y todos.

El Ser cada día nos recuerda parte de sí en la luz del día, en cada amor, en cada vida y en cada palabra. Y todo nos remite a Él. En cada uno está verle, sentirle, experimentarle y escucharle.

Después de todo: Alguien, no nada.