El Arcángel Gabriel va dejando una estela de belleza y luz a su paso. Un apresurado y apesadumbrado paso. Las noticias que trae son demasiado graves y no son buenas nuevas.
Santo Tomas de Aquino permanece sentado, mientras San Agustín se levanta sobresaltado:
—¿Ha llegado el momento?
Gabriel le contesta mientras se desabrocha la capa:
—Si. Están a las puertas del purgatorio.
Tomás, el gran teólogo del medievo mueve la dama cerrando con un jaque mate, la partida de ajedrez que sostenían los dos doctores de la iglesia, mientras susurra sin mover los labios:
—Están más cerca de lo que pensaba.
El obispo de Hipona pasea la mirada de Gabriel a Tomás:
—¿Como es posible que lo permita?
—Era cuestión de tiempo, una nueva ocasión que el oscuro ha encontrado para desestabilizar el plan divino.
—Si pero ahora es en las regiones espirituales, no en la vida material, esto puede tener consecuencias irremediables—Agustín le espeta inquieto.
—Si se sale con la suya... Pero aquí entramos nosotros. Debemos evitar que el mal entre en el purgatorio— la corpulenta figura del buey mudo, que hoy está inusitádamente locuaz, se gira en dirección a Gabriel— ¿A quién has visto?
Mientras se sofoca las mejillas con agua bendita que recoge de una pila dorada, el arcángel contesta:
—Están todos. Hitler, Nerón, Napoleón, Stalin, Diocleciano, Pol Pot… una muchedumbre.
—¿Pero como han podido encontrar el camino? —los doctores resoplan ante la envergadura de la situación.
En ese momento entra por la arcada de entrada al palacete, dos nuevas visitantes: Santa Catalina de Siena y Santa María Faustina Kowalska:
—Se agarran a la divina misericordia. “Aunque sus pecados sean como la grana, si los pecadores se vuelven a mí yo los acogeré en el abismo de mi misericordia infinita”.
—¡Pero eso es teológicamente imposible. Su tiempo de meritar acabó. Murieron en pecado mortal, de espaldas a la Gracia de Dios, moran en la impotencia y los castigos eternos!
Agustín mira a Tomás como pidiéndole que apoye su afirmación y éste así lo hace:
—Además, entre ellos y nosotros hay un abismo y no lo pueden sortear.
—Se agarran a mí caso— San Dimas, el buen ladrón aparece en la estancia con el torso desnudo y el aspecto brillante—aseguran que todos ellos en último momento, tuvieron un conato de arrepentimiento o un destello de la verdad y se agarran a eso como a un clavo ardiendo. Han tenido la conciencia dormida… hasta hoy. Han comprendido que aquel último hilo de luz en su vida los podía sacar del abismo infernal. Todavían están a tiempo, antes del juicio final.
Agustín interviene impaciente:
—¿Vamos Dimas, qué nos cuentas? Tu arrepentimiento fue real y reconociste la verdad, pero ellos mienten y lo sabemos. Emplearon su vida para el mal, justificaron sus acciones hasta el final. Murieron como vivieron, escupiendo a Dios. En su juicio particular se condenaron, ¿y ahora vienen con éstas?
—Aquí han intervenido fuerzas externas que ignoramos— piensa Tomás.
—No las ignoramos... es el de siempre—la pequeña Catalina interviene para resaltar lo obvio.
—Si, pero ignoramos el cómo—contesta Tomás, mesándose la barbilla mientras cavila.
—En cualquier caso, algo debemos hacer. El Padre nos ha confiado el problema y debemos resolverlo, con los datos y potencias que tenemos… ¡pero ya!.
San Gabriel espera que alguien le encomiende misión. Tomás que parece el más lúcido, así lo hace:
—Convoca a los mayores. Necesitamos a todos. Tráelos pronto.
Gabriel despliega las alas y sale volando soltando alguna de sus brillantes plumas.
—¿Qué consecuencias puede traer si consiguen entrar en el cielo?—pregunta ingenua Faustina.
—Imagínate. El mal entrando en los territorios puros de el eterno... ¿Hasta dónde lo permitiría? Corrompería la belleza, la verdad, la pureza... ¿Por qué se ha puesto en este riesgo?
Agustín hace las preguntas adecuadas, pero necesita respuestas inmediatas.
—Por amor. ¿Porqué si no?—San Francisco de Asís ha llegado de improviso, sin hacer ruido—Quiere demostrar que su misericordia llega hasta los confines del orbe.
—Bienvenido, hermano Francisco—Tomás de Aquino le recibe con un fuerte abrazo que casi descoyunta al frágil hermanito, si se trataran de cuerpos carnales, claro.
—¿Y como van a entrar? —responde Tomás.
—Engañando, como siempre—San Ignacio de Loyola acaba de entrar con prestancia caballeresca y sonrisa española.—las almas del purgatorio saben la verdad y por eso sufren mientras se purifican, porque no pueden disfrutar de la visión de Dios. Pero los engañarán. Les harán creer que se pueden ahorrar el sufrimiento, que hay atajos, que Dios ha proclamado una amnistía o indulgencia universal y no tienen porque continuar padeciendo. La misma tentación de siempre: el sufrimiento no es necesario. Les dirán que Dios ha cerrado el infierno y todos están salvos.
Agustín apunta:
—Pero eso sería socavar la justicia divina.
Minutos de reflexión general. Las cosas no pintan nada bien.
—Y luego están las consecuencias en la vida terrena... —San Juan de la Cruz que aparece acompañado de sus Teresas, una a cada lado.
—¿Qué consecuencias serían esas?—pregunta Agustín y Tomás de Aquino sospecha la respuesta:
—Si la gente intuye que han cerrado el infierno, que nadie se condena, que hagan lo que hagan no habrá una justicia universal....
Teresa de Ávila concluye el argumento:
—No merecerá la pena nada, todo será un buenismo estúpido en el que se perderán los límites y referencias morales, se perderá la belleza, la esperanza y la bondad. La mentira y la verdad se difuminarán. Dios será un monigote bondadoso, un padre sin autoridad, blandengue y ridículo. Jesucristo nos abrió el cielo para sacarnos del infierno de nuestros pecados, pero si el hombre no cree en el castigo eterno no tendrá necesidad de ayuda para sacarle de ningún sitio. Dios será innecesario...
Agustín emite una última pregunta:
—Y ¿ahora qué?.
Y todos se miran esperando una señal.
Un temblor sísmico sacude el palacio y una luminosidad cegadora anuncia la presencia de San Miguel. El Arcángel aterriza plegando sus poderosas alas.
—¡Vamos, hay que tomar posiciones. En marcha! Los demás irán llegando más tarde.

Continuará...


“Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿quién ha hecho esto? El que hace salir por orden al ejército celeste, y a cada estrella por su nombre llama. Gracias a su esfuerzo y al vigor de su energía, no falta ni una” (Is 40, 26)

Dedicado a mi hermano en la fe, Pablo Arrabé, que seguro que ya ha conseguido un ejécito de almas del purgatorio a su favor.