En este mismo blog, se escribió el siguiente comentario:

“¿Hay cosas que la ciencia no puede estudiar? Pues algunos pensarán que sí, y otros pensarán que no.
El amor lo puede estudiar la ciencia igual que puede estudiar el hambre, la sed o cualquier otro fenómeno biológico.
¿Que tú crees que es más que todo eso? Pues perfecto, es tu opinión. Pero no es una afirmación científica.”

Quisiera comparar esta afirmación con un ejemplo que, desgraciadamente, no es mío sino de G. N. M. Tyrrell. Digo desgraciadamente porque es buenísimo. Las negritas son mías:

“Tomemos un libro, por ejemplo. Para un animal, un libro no es más que una forma coloreada. Cualquier significado superior que pudiese tener, queda por encima de su capacidad. Y el libro es una forma coloreada; el animal no está equivocado.
Un salvaje sin cultura puede considerar el libro como una serie de marcas en un papel. Así sería el libro visto desde un nivel superior del del animal. De nuevo, no está equivocado: el libro es una serie de marcas, sólo que el libro puede significar más.
Puede también significar letras colocadas siguiendo ciertas reglas. O, finalmente, para una persona que lo sabe leer, un libro tiene significado: es todo lo que puede ser.

Volviendo al comentario, no puedo estar más de acuerdo con que el amor lo puede estudiar la ciencia como cualquier otro fenómeno biológico. Y es más, lo que diga la ciencia sobre el amor será algo verdadero, así como el libro es una forma coloreada o una serie de marcas en un papel. Sin embargo, lo que la ciencia diga del amor no es ni mucho menos todo lo que el amor es.

De hecho, lo que la ciencia nos dice es lo que menos nos interesa del amor, así como el que el libro sea una forma coloreada es lo que menos nos interesa del mismo. Lo que me interesa del amor es justamente lo que la ciencia no me va a decir: cómo influye en mi vida; cómo mantenerlo y cómo agrandarlo; cómo amar y como ser amado; cómo conseguir afectos profundos, duraderos y para toda la vida.

D’Artagnan