No creo que nadie se sorprenda cuando se afirma que vivimos tiempos difíciles, convulsos, contradictorios y profundamente materialistas. Hay dos preguntas que me hago con frecuencia ¿Alguna vez la humanidad ha vivido tiempos de paz y facilidad? La segunda es más complicada de responder ¿Cómo vivir estos tiempos siendo cristianos?

Hay un escrito que me gusta leer de vez en cuando. Sobre todo, cuando siento que la oscuridad empieza nublar mi ánimo. Es la Carta a Diogneto, un escrito de finales del siglo II que relata lo que el cristiano vivía en esos momentos y lo que seguimos viviendo. De los capítulos V y VI, les comparto algunos puntos que son muy interesantes de resaltar:

Resumiendo, los cristianos somos hijos de la época que vivimos. Tenemos los mismos condicionantes que todas las personas que nos rodean. Tenemos una misión, ser el alma que da sentido y vida al cuerpo de la sociedad. Aunque la sociedad nos odie, ignore, rechace, nosotros no podemos dejar de ser el soporte de la Luz que brilla en la oscuridad. Aunque seamos pocos, alejados unos de otros y muchas veces mal vistos, sabemos que sólo Cristo es Camino, Verdad y Vida. ¿Qué dijo San Pablo a Timoteo en su segunda carta?
 
Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; replica, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción. Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos. (2Tm 2-4)
 
Uno de los problemas de nuestra sociedad actual y también de la propia Iglesia, es la tendencia a suplantar lo trascendente por lo inmanente. Es justamente lo que San Pablo denomina "se volverán a mitos" y la acumulación de segundos salvadores: "...acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos". Son parte de los signos de los tiempos que vivimos. Signos que no podemos ignorar, porque están alejando a muchísimas personas de la espiritualidad cristiana. San Agustín también nos habla claramente de esta monición paulina:

Porque el Apóstol lo previó por influjo del Espíritu Santo, aseveró: Habrá, en efecto, un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que, al sentir prurito en el oído, según sus deseos amontonarán para sí maestros y de la verdad desviarán ciertamente su oído y, en cambio, se girarán hacia los mitos. En efecto, esa cita del secreto y hurto por la que se dice: «Coged con gusto panes ocultos y la dulzura del agua hurtada» produce prurito en los oídos espiritualmente fornicadores que la oyen, como cierto prurito de la sensualidad corrompe también en la carne la integridad de la castidad. 
(San Agustín. Sermón 97, 4)
 
¿Vivimos tiempos oscuros y difíciles? Claro que los vivimos. Los tiempos de espera de la segunda venida del Señor. Cada época con sus formas, enfrentamientos, dolores y mortificaciones. ¿Sentimos que el alma vive en oscuridad? Claro que lo sentimos todos. Mal iríamos si no lo sintiéramos. Si camináramos por la calle y todos los sonrieran y nos dieran palmaditas en la espalda. Mal camino habríamos tomado si nos ascendieran y nos dieran potestades humanas. La Nueva Evangelización debe partir de donde vivimos la fe, aunque nos parezca un terreno yermo y seco. Los tiempos oscuros y difíciles nos llevan a desesperar y que la Evangelización deje de tener sentido en nuestra vida.
 
Si se pasean por la muchos de los medios de comunicación católicos, verán que rara vez se habla de trascendencia y de esperanza en Cristo. Lo que resaltan son noticias de política y gestión interna. Lo que se promociona es la esperanza en las fuerzas humanas. A muchas personas, este vacío de lo sagrado les termina por hacer sentirse fuera, lejos, ignorados y aparece el dolor y la desesperanza. Pero esto no debe hacernos desesperar. Más bien todo lo contrario. Debemos mirar más allá de lo cotidiano que nos rodea. Debemos mirar el horizonte donde el Sol de Justicia resplandecerá cuando el alba de nuestro espíritu sobre sentido. No cerremos los ojos trascendentes del alma. Si cerramos los ojos a la esperanza, seremos como las vírgenes necias de la parábola. Sin aceite, la lámpara de la esperanza se apaga y el enemigo lo aprovechará. La noche oscura del alma deja de ser tal, si abrimos la puerta de nuestro ser a Cristo.