El pasado viernes 9 de septiembre, la jueza canadiense Veit impuso una condena de tres años de cárcel "suspendida" a la joven Katrina Effert, que salió de la Corte sin impedimento legal alguno. Effert había estrangulado con sus propias manos a la criatura a la que acababa de dar a luz en el baño de su casa. A continuación, arrojó el cuerpo al jardín contiguo al suyo. La juez Veit ha señalado en su sentencia que “los canadienses sienten pena por la muerte de los niños, especialmente si es a manos de sus madres, pero también sienten pena por la propia madre”.  
 

   Aunque este debate no ha llegado a los oídos del pueblo soberano –los debates se tejen y destejen a conveniencia del poder-, el tercer fin de semana de octubre de 2010, tuvo lugar en la Universidad de Princeton un acontecimiento académico que ha convocado a partidarios y detractores del aborto. Aunque allí se ha hablado de muchas cosas, el debate que ha centrado la atención ha sido el protagonizado por el pensador católico John Finnis –profesor emérito de Oxford y una de las cumbres vivas de la filosofía iusnaturalista- y el ateo de origen judío Peter Singer, australiano como el anterior y exponente de la disciplina bioética conocida como utilitarismo ético. Mientras la sociedad debate el aborto, el think tank progre ya está en otra etapa de su marcha hacia la tierra de promisión: el infanticidio. 
Peter Singer, profesor en la universidad anfitriona, es un filósofo converso al vegetarianismo radical que saltó a la fama tras la publicación de “Liberación Animal” hace treinta y cinco años. En ella recababa el fin del especismo, esto es, la consideración de que el hombre sea algo distinto y superior al resto de animales. Aunque no puede decirse que su concepción progresista de la existencia hunda aquí sus raíces en exclusiva, no cabe duda de que ha sido su “animalismo” lo que le ha dotado de la suficiente originalidad como para convertirse en uno de los referentes esenciales del pensamiento de la izquierda más vanguardista.
Además, Singer es un eminente defensor de la eutanasia y la zoofilia entre otras visiones alternativas de la realidad. Ardiente partidario de la primera, para la segunda sólo concibe el límite que impone el daño que se pueda infligir al animal.   
Con estos antecedentes, se comprende que la discusión de Princeton no condujese a lugar alguno. Para Singer, la moral jamás precede a la autoconciencia. Así que, según sus apriorismos, y superando la tradicional defensa del aborto, según él la mera pertenencia a la especie humana no es un hecho significativo. Consecuentemente, el recién nacido, al no haber desarrollado esa autoconciencia, puede ser eliminado. Singer contempla positivamente el infanticidio: «el niño no tiene estatus moral porque no es consciente de sí mismo».
John Finnis – para quien los derechos no son conferidos, sino reconocidos-, insiste en que son la biología y la metafísica los que otorgan relevancia al feto, pero Singer rechaza tal punto de vista. Un tanto sorprendentemente, Singer acepta que, mediante el aborto, se está asesinando a un ser humano, admitiendo que “el feto es, a todas luces, un miembro de la especie humana”; pero eso no le disuade de su entusiasmo por el infanticidio, ya que el recién nacido no es “una persona definida como un ser auto consciente que se reconoce a sí mismo en el tiempo. Mientras la pertenencia a la especie humana no es relevante, sí que lo es la personalidad.” Singer sólo acepta la existencia de derechos como resultado de la derivación de principios utilitaristas.
Algo más que teoría.
Pero todo esto ¿es algo más que una discusión de intelectuales? ¿Qué significación tiene en el mundo real? ¿No será sino una disputa entre filósofos, escalofriante quizá, pero inocua, en definitiva?
La contestación que llega desde Argentina deja poco margen a la ingenuidad. Este pasado 8 de septiembre de 2010, la Cámara de Diputados del país sudamericano ha dado luz verde por abrumadora mayoría al proyecto legislativo presentado por Diana Conti que, cuando sea finalmente tramitado en forma de ley, permitirá que una madre pueda asesinar a su hijo con absoluta impunidad durante el estado puerperal. La pena que condenaba a la madre que incurriera en dicho crimen a 25 años de cárcel, es rebajada a seis meses. La ley facultará que las madres sin antecedentes penales puedan salir de la clínica tras asfixiar, estrangular o degollar a su bebé sin apenas más molestia que un trámite judicial -tal y como ha sucedido en Canadá con el caso Effert-, o una declaración en comisaría.
Pero ¿qué interés puede tener Argentina en legislar de tal modo?
Probablemente, muy pocas personas habrán oído hablar en España de Romina Tejerina. Esta mujer fue condenada en 2005 a catorce años de prisión por acuchillar a su hijo recién nacido en el cuarto de baño de su casa. La razón que adujo la mujer: el rostro del bebé le recordaba al de su violador, quien la habría dejado embarazada.
Pues bien: la izquierda argentina sostiene la causa de esta señora, pese a que ni siquiera existe sentencia alguna que pruebe que haya habido tal violación. Naturalmente, la realidad –y la ausencia de apoyatura legal alguna- no les impide solidarizarse con el horrendo crimen perpetrado por Romina y mantener una pertinaz campaña para exigir su puesta en libertad.
También en Argentina, Elisabeth Díaz ha sido absuelta después de que en octubre de 2008 asesinara a su hijita recién nacida, alegando igualmente una violación. Y así otras doce mujeres más en el mismo país. De modo abiertamente reivindicativo, las fuerzas progresistas han hecho bandera de tales casos. Y en Méjico, siete mujeres condenadas por infanticidio han sido puestas en libertad, en el estado de Guanajuato, tras presiones de los grupos pro-aborto y de la izquierda política.
En algunas zonas del sur de la India, el infanticidio es una práctica sistemática; las madres dejan caer sobre la boca de las niñas recién nacidas el jugo del tallo del “erukku”, la flor del mal. Una niña representa la ruina para la familia. En la ciudad de Salem, de cinco mil asesinatos, apenas dos mujeres han sido procesadas porque, durante años, las autoridades han hecho la vista gorda. La indiferencia general incluye la de las progresistas ONG´s internacionales, que si algo tienen que oponer al infanticidio sistemático es que se practique de un modo “sexista”. 
Lo que hay en juego
La doctrina del infanticidio que asoma decidida en distintos lugares del planeta viene a reforzar a los grupos pro-aborto. La estrategia no es nueva.
El aborto es un objetivo primario esencial. De su importancia da fe la declaración efectuada en Princeton por Kissling: «no importa cómo lo consigan, si es a través de una constitución, la ONU, leyes estatales o leyes federales, o mediante los talibanes». La extensión del aborto por todo el mundo es condición sine qua non para el establecimiento de la nueva utopía pansexualista, puesto que representa la consagración de un derecho -es fundamental que esté recogido exactamente como un derecho, y no como otra cosa- que encarna, mejor que ningún otro, la preeminencia de la voluntad de la mujer sobre cualquier otra instancia. 
Frances Kissling -profesora de bioética de la Universidad de Pennsylvania, ex presidenta de “Católicos por el Derecho a Decidir” y ex directora de una clínica abortista-, además de reclamar en Princeton una decidida política internacional favorable al aborto, sostiene puntos de vista proclives al infanticidio. Públicamente ha proclamado que “debemos deshacernos de la idea del Mal”. 
Abundando en esa línea de impugnación escatológica, el filósofo Michael Tooley, mentor intelectual de Singer, afirma que “los humanos recién nacidos no son ni personas ni cuasi-personas, y su destrucción no es, en sí misma, algo intrínsecamente malo”. Para Tooley, durante los tres primeros meses, la muerte del niño carece de toda significación moral.
Seducido por el liderazgo intelectual de Tooley, concluye, entonces, Singer que por debajo de un año, la falta de autoconciencia de los humanos nos hace menos dignos de vivir que un gorila adulto; un niño enfermo, llega a afirmar, merece menos dedicación que un cerdo maduro. “Los bebés humanos no son personas. Su vida no parece más digna de protección que la de un feto”.
Singer es plenamente consciente del significado de la partida que se está disputando. Como admitió hace unos años ante la prensa británica cuando afirmó de Juan Pablo II que “él y yo, al menos, compartimos la virtud de ver claramente lo que está en juego”.
¿Y qué es lo que está en juego? Mejor que nadie lo definió el norteamericano Derek Humphrey, profeta mundial de la eutanasia: “Estamos intentando derribar dos mil años de tradición cristiana”.
Ni más ni menos. 
 
Fernando Paz
 
Publicado en ALBA.