La actualidad es un río tempestuoso que nos arrastra, a veces hasta nos revuelva contra el fondo y nos hace chocar con las piedras. Pero la misma corriente que nos estrella, también nos puede impulsar hacia donde deseamos ir. 

Hay personas y colectivos que propician la formación de corrientes en el río. Sus declaraciones son en si mismas provocaciones que tenemos que aprender a digerir y aprovechar lo bueno que nos ofrecen. Nunca es malo reflexionar sobre los consensos y disensos que vamos encontrando. 

En concreto me estoy refiriendo a la Asociación de teólogos Juan XXIII y su congreso sobre fundamentalismos. En este congreso nos encontramos con una diversidad de opiniones sobre la Iglesia y algunas que no son nada agradables. Respetando a quienes las hacen, es necesario indicar estas opiniones nos duelen que a quienes somos Iglesia. El congreso trata sobre los fundamentalismos y pueden usted adivinar qué ejemplo de fundamentalismo tiende a aparecer con cierta frecuencia: la Iglesia Católica, con especial incidencia en la jerarquía. 

Les muestro unos ejemplos: “El papado es la institución fundamentalista por excelencia, que carece de fundamento bíblico y teológico y, por supuesto, no es de institución divina. El Vaticano es una de las más patológicas encarnaciones del fundamentalismo católico.”

 

[La iglesia]… “sus posiciones son muy afines con las de los integristas. No hay más que leer algunos documentos y algunas declaraciones papales y episcopales contra la teoría de género, contra el laicismo, contra determinadas leyes aprobadas por los Parlamentos”

 

“Los cauces de comunicación de la jerarquía con los movimientos cristianas que defienden la reforma de la Iglesia conforme al concilio Vaticano II están cortados. Y no es sólo incomunicación, sino condenas, anatemas de los obispos y del propio papa a estos grupos. Se está produciendo una ruptura eclesial y una fractura teológica de difícil -por no decir, imposible- recomposición”

 

Frases tomadas de una entrevista a D. José Tamayo realizada por Religión Digital. La opinión de D. José Tamayo no es la de todos los ponentes del congreso, pero si nos permite hacer una reflexión generica. 

Es interesante reseñar que existen muchas personas que reclaman ser consideradas como católicos en igualdad con cualquier otra “sensibilidad” eclesial y lo hacen al mismo tiempo que contradicen el depósito de la Fe. En concreto la Conferencia Episcopal Española ha indicado que esta Asociación de Teólogos Juan XXIII no puede ser considerada católica, ya que algunas de sus ideas contradicen Magisterio y Tradición. 

Pero vayamos al centro del problema abordando el problema de forma genérica. Podemos preguntarnos ¿Por qué se llama al papado una institución fundamentalista? ¿Qué problema tiene ser fundamentalista si lo fundamental es necesario? Como normalmente sucede en la Iglesia, las contiendas actuales no son más que reediciones de otras contiendas pasadas. El problema proviene del modelo que cada cual utiliza para entender la realidad. Es decir, es un problema más filosófico-teológico que religioso. Aquí entra en el escenario el nominalismo. 

El nominalismo es una corriente filosófico-teológica que sostiene que no existe ninguna realidad que sea universal. Todas las realidades son particulares e individuales. El problema del nominalismo irrumpió en la Iglesia por medio del franciscano Guillermo de Ockam, allá por el siglo XIV. Para un nominalista, un concepto no es más que una etiqueta mental que aprendemos, aunque sólo sea una invención humana. Este pensamiento tiene dos consecuencias importantes: Nada absoluto es accesible por medio de la razón (ni Dios mismo) y los seres individuales se relacionan, únicamente, por medio de adhesiones personales. Por ejemplo, la flor del rosal no es un concepto universal, nosotros somos los que las unimos por medio de la palabra “rosa” y lo hacemos por conveniencia. 

Partiendo de estas premisas, podemos preguntarnos a nosotros mismos si somos católicos por adhesión o por definición. Si me digo y siento católico, lo soy o existe una definición de qué es ser católico a la que recurrir para determinar si lo soy o no. 

Indudablemente cada cual decide si entiende el universo de manera nominalista, realista o universalista. El problema surge cuando intentamos entendernos y conformar la Iglesia. Nos topamos una barrera muy difícil de vencer, ya que requiere conversión. ¿Conversión? Si, no hay termino medio o consenso posible entre nominalistas y universalistas. 

Si se es católico por adhesión (nominalismo), nadie puede señalar que quien se denomine católico, no lo sea. Para los nominalistas,si existe una institución que guarde el sentido de ser católico, esta institución actúa de forma fundamentalista. Por lo tanto, la Iglesia tradicional, el Vaticano y el Papado se entienden como instituciones fundamentalistas. Es evidente que el nominalismo nos lleva a entender el fundamentalismo como un peligro. El nominalismo está presente en todas parte, ya que se ha reencarnado en el relativismo actual. Nuestra sociedad que busca no tener conflictos, ha aceptado la premisa de la no existencia de un patrón para determinar quien tiene la razón. Este entendimiento nos lleva a una sociedad desafectada e incapaz de abordar proyectos comunes. La esperanza se trastoca en apatía, la armonía en silencio y la caridad en vacío existencial. ¿Digo algo que no se vea cuando se sale a la calle? ¿De dónde parte la crisis que vivimos? Ni el dinero tiene valor definido. 

En cambio, cuando se es católico por definición (universalistas), se acepta la existencia de un depósito de elementos que nos diferencian de los demás y nos dan coherencia. El depósito de Fe que guarda la Revelación y el Magisterio nos define y nos une. Esta coherencia nos permite crear comunidades con cimientos fuertes sobre los que construir una sociedad mejor. Tenemos referencias absolutas para entender qué somos y hacia dónde vamos. Tenemos elementos con los que mostrar a los demás que tenemos razones absolutas, esto nos motiva y nos da esperanza. Pero también crea conflictos con los nominalistas y con otras concepciones diferentes. El diálogo es la llave que nos debe ayudar a discernir. 

El problema que nos encontramos no es que los nominalistas defiendan su entendimiento, sino que su entendimiento vacía de contenido las palabras y bloquea el diálogo. 

El ejemplo evidente es su adhesión a la Iglesia Católica. Para ellos no es posible encontrar nada que defina qué es ser católico de forma universal y atemporal. Consecuencia, el diálogo se rompe antes de iniciarse. Encima nos echan en cara falta de caridad. Caridad que ellos entienden como silencio y desafecto. Nos dicen que no somos verdaderos cristianos, ya que “no les permitimos ser lo que desean ser”. Nos dicen que “les echamos” o que “queremos dar carnets de católicos”, siendo esto cierto únicamente desde su punto de vista. Ellos hablan de ruptura, pero no son capaces de entender que quien se separa produce el distanciamiento. Desde nuestro entendimiento nosotros no les echamos, ellos se separan de nosotros y al mismo tiempo son incapaces de aceptar el significado de la palabra distancia. 

Estimado lector. ¿Cree usted que es posible diálogo fraternal? ¿Cómo comunicarles el daño que hacen a una Iglesia que no reconocen como tal? 

Dios nos ayude, al menos a ser conscientes de todo esto y dejar de machacarnos unos a otros.


N.T. He actualizado el texto para deslindar más claramente la actualidad que lleva a la reflexión de la reflexión en si misma.