A nivel eclesial, la pastoral juvenil, no es algo que se pueda sustituir o dejar para otro día, pues es parte fundamental de la misión de la Iglesia, ya que es necesario acompañar a los jóvenes, en esa búsqueda que los lleve a descubrir la presencia de Dios en sus vidas. La pastoral juvenil, siguiendo la línea del Vaticano II, pretende transmitir la antorcha del Evangelio a las nuevas generaciones, sin embargo, cabe preguntarse cuál es la metodología que se está manejando al interior de los grupos juveniles, para poder responder mejor a la invitación del concilio.
 
Vivimos tiempos de confusión pastoral, pues no se ha conseguido obtener el punto medio, es decir, reconocer el valor positivo de los sentimientos, pero sin quedarse estancados en ellos, para poder dar lugar a la experiencia de Dios en la historia de cada joven. Abusar de los sentimientos, lo cual, desgraciadamente, forma parte de la cultura de algunos de los nuevos movimientos eclesiales, trae como consecuencia, la falta de madurez en la vivencia de la fe, pues si sólo se busca “sentir bonito”, nunca se conseguirá avanzar en el proceso de identificación personal y grupal con Jesús de Nazareth. Es importante celebrar la fe, sin embargo, no hay que abusar de la guitarra o de las dinámicas de integración, porque esto termina por mermar la metodología y sentido trascendente de la pastoral juvenil.
 
Para que pueda darse la experiencia de Dios, al interior de los grupos juveniles, no sólo hay que atender el tema de los sentimientos, los cuales, a su vez, forman parte importante de la persona humana, sino generar espacios de encuentros informales con los demás, como ir al café o reunirse en una casa, tomando en cuenta tres aspectos que no pueden faltar: formación, oración y apostolado. Lo anterior, con un tono festivo, es decir, lleno del entusiasmo e ilusión que traen consigo las nuevas generaciones, pero sin abusar de los sentimientos, pues no se trata de vivir la fe una vez a la semana, sino a lo largo y ancho del camino.
 
Que los grupos juveniles, por encima de todas las cosas, sean un espacio para compartir la vida con los otros, a través del crecimiento que trae consigo el hecho de entrar en contacto con Dios. No es una crítica a los sentimientos, sino a la falta de una pastoral capaz de ir más allá de lo que siempre se ha hecho, para responder a las dudas e inquietudes de los jóvenes, sin venderles modelos prefabricados o sermones espectaculares que nada tienen que ver con sus vidas. Renunciemos a la fe superficial.