“El cielo proclama la gloria de Dios,

el firmamento pregona la obra

de sus manos:

el día al día le pasa el mensaje,

la noche a la noche se lo susurra.

Sin que hablen, sin que pronuncien,

sin que resuene su voz,

a toda la tierra alcanza su pregón

y hasta los límites del orbe su lenguaje…” (Salmo 18)


Uno se queda preguntándose por qué determinados salmos se quedan a vivir en nosotros, o por qué nuestro pensamiento, nuestra alma, los evoca en determinadas circunstancias que vivimos.

El sentimiento, no triunfalista como dicen unos, sino de entusiasmo gradual y sostenido por la fe, provocado por la confirmación y enraizamiento de esa misma fe en nuestro pueblo, que nuestros ojos han contemplado, que nuestros oídos han escuchado tan recientemente en la persona de S. S. Benedicto XVI, es el principal motivo de este gozo, que quería compartir hoy en forma de salmo, que a la vez es promesa esperanzada que llegue a todos, muchas veces a través de un testimonio silencioso, el del estudio y del trabajo de tantos jóvenes que han visto su vida transformada a partir de aquel encuentro con el Vicario de Cristo.

Sostiene este sentimiento mío, que no es emoción pasajera, porque no se me va, que no he buscado, y que Dios sabe para qué está (quizá para decírtelo a ti precisamente ahora) el saber que esta realidad en muchos factores y detalles nos habla de mil y una maneras del Misterio que fundamenta, que da vida y sentido a todo. Seas quién seas y creas lo que creas, mira, observa, no sólo veas, toda la realidad, sin dejarte ni uno sólo de sus factores y busca, busca la verdad, la belleza, el bien en tí, pero también con mayúsculas: la Verdad, la Belleza y el Bien en todo y en todos, y vas, como se dice hoy en día, a “alucinar” (en el mejor de los sentidos, no de forma alienante). No te imaginas ahora a lo que esa Presencia te llama, obedece a lo que te exige (aunque sea mucho más lo que te da), y sobre todo, piensa y recuerda lo mucho, mucho, que te ama, pues et da la vida a cada instante.

Te invito a que pidas esa vida plena en cada momento, que puedas participar de la vivencia del Misterio de la Encarnación junto con María. Pide que venga el Eterno, el Enmanuel (Dios-con-nosotros) a ti, que se haga Su Voluntad en ti. Díle que sí, afírmale con tu palabra, con tus brazos, con tu corazón, con todo tu ser. Pídele fuerzas para testimoniarle sin flaquear y de forma fiel seguirle hasta el final, a Él de verdad y no a tus ideas o imágenes sobre Él.

Siéntelo en tu corazón, gusta interiormente Su Presencia grabada en la naturaleza, en las Sagradas Escrituras, en la Iglesia y en la vida de tantos testigos, los santos,… partiendo tu pan y tu tiempo con los más necesitados que tú. Sólo así podrás disfrutar y gozar de Su Infinito Amor ya, en esta realidad que te ha tocado vivir, tan elocuente y tan bella. No esperes más. Mejor dicho, no Le hagas esperar, que está a la puerta de tu corazón, ... y está llamando. ¿No Le oyes?