Estoy francamente molesto al leer o escuchar juicios descalificativos y condenatorios para aquellos católicos que comulgan, recibiendo la sagrada forma en la mano.

Desde los censores, que con poco conocimiento de lo que dicen y sobre todo con muy poca caridad, tildan de “sacrílegos” y de “herejes” a sus hermanos de fe; hasta los que citan palabras de madre Teresa de Calcuta, como un oráculo del cielo, de que “el peor mal que existe es el de comulgar en la mano”.

Estos juicios se escriben, con escaso tacto y poca prudencia, incluso, por algún sacerdote que reafirma lo dicho. Creo que tal postura condenatoria nada o casi nada, contribuye a la unión de los “hermanos en la fe” de una comunidad cristiana y católica. Más bien, fomenta la división y exclusión en la misma.

No ignoro la posibilidad y peligro de profanaciones. Es más, he sido testigo, sin poderlo impedir, de algún abuso de persona ajena y desaprensiva, que desde su lengua tomó la forma con sus manos, y salió de estampía.

Dicho lo cual, en honor a la justicia y verdad, dejo constancia del fervor, fe, amor y devoción, con que se acercan a comulgar la inmensa mayoría de los que lo hacen en la mano. Calificar su actitud externa de sacrílega, o irrespetuosa, sí que es anticristiana.

Sea la Jerarquía eclesial, la que con su autoridad, dicte la norma a seguir para toda la Iglesia. Mientras, nadie olvide la Palabra de Jesús: “No juzguéis a nadie; con la misma medida que uséis, seréis medidos”.

Miguel Rivilla San Martín