El cristiano que viajaba a otra comunidad recibía de su obispo la carta o letras de comunión, que lo acreditaban como miembro de la sociedad de comunión de la gran Iglesia. Para este procedimiento cada obispo poseía listas con las comunidades miembros de la gran comunión ortodoxa. En este punto, empero, Roma fue siempre tenida, por decirlo así, como el exponente de la recta sociedad de comunión. Era axioma que quien comulgaba con Roma, comulgaba con la verdadera Iglesia, aquel con quien Roma no comulga, no pertenece tampoco a la recta comunión, no pertenece en pleno sentido al «cuerpo de Cristo». Roma, la ciudad de los príncipes de los apóstoles Pedro y Pablo, preside la comunión general De la Iglesia, el obispo de Roma concreta y representa la unidad, que recibe la Iglesia de la cena del Señor.
 
Así la unidad de la Iglesia no se funda primariamente en tener un régimen central unitario, sino en vivir de la única cena, de la única comida de Cristo. Esta unidad de la comida de Cristo está ordenada y tiene su principio supremo de unidad en el obispo de Roma que concreta esa unidad, la garantiza y la mantiene en su pureza. El que no está en concordia con él se separa de la plena comunión de la Iglesia indivisiblemente una. De todo lo cual se sigue que el lugar teológico del primado es a su vez la eucaristía, en la cual tienen su centro común oficio y espíritu, derecho y caridad, que aquí hallan también su punto común de partida. Así pues, las dos funciones de la Iglesia -ser signo y misterio de fe- tienen su lugar en la eucaristía. Según eso, la Iglesia es pueblo de Dios por el cuerpo de Cristo, entendiendo aquí «cuerpo de Cristo» en el sentido pleno, que hemos tratado de elaborar en el presente trabajo. La tarea siempre nueva de los cristianos será luchar para que nunca se pierda la verdadera plenitud de la Iglesia: la caridad en que cada día se cumple de nuevo el misterio del cuerpo del Señor. (Joseph Ratzinger, El Nuevo Pueblo De Dios)


-oOo-

Mañana comienzan las Jornadas Mundiales de la Juventud. Aparte de todo el evento y sus objetivos legítimos, hay un hecho que no debe quedar olvidado: el signo de unidad. Este signo se hace presente con la presencia del Santo Padre.  Presencia que evidencia la comunión existente entre todos los asistentes y participantes.

No olvidemos orar por los frutos de la JMJ y para que este signo conmueva a más de una persona y se precipite su conversión. Dios lo haga posible.