"¿Y si te dijera de un lugar donde uno nunca pasa frío ni calor? Espera, he empezado por lo más tonto. Sí, es cierto, no hay frío que muerda ni calor que queme, pero tampoco hay pena. No hay dolor, ninguno; no hay angustia, ni tedio. Mejor: no hay miedo ni vergüenza, ¿te imaginas? No hay angustia, ni siquiera un poco; no hay cansancio ni es posible sufrir la menor humillación, o el desprecio de nadie. Uno allí jamás de los jamases sufre la envidia, la venganza, el rencor, el odio. No hay, en fin, nada que temer, nada que hiera, nada que agobie. Como en una peli de superhéroes, eres en ese lugar invulnerable; nada puede hacerte daño. No hay un futuro que culebree en la mente con sus aprensiones y riesgos, ni un pasado que pese e inquiete y condicione. No hay amargura. No hay sentimiento de soledad; no hay, en realidad, sentimiento. Esto que describo es la muerte del ateo, la nada fresca, el bendito no ser. Y aún hay quien la tema."
 
Y aún mi amigo, que necesita con urgencia las oraciones de todos ustedes, añade: "He deseado tantas veces la sencilla fe del ateo".
 
Recen por el hombre que creía creer.