Hay catástrofes que nos pillan de sorpresa. A otras se las ve venir, aunque nos tapemos los ojos para no verlas, por aquello de “ojos que no ven…”. La crisis global que estamos padeciendo estaba anunciada, pero muchos miraban para otro lado. Es bonito disfrutar el momento presente, pero debemos mirar al horizonte para prevenir desgracias.
El Papa Benedicto XVI, en el libro-entrevista Luz del mundo (Edt. Herder, pág. 57), hace un análisis profundo de la situación mundial. No olvidemos que el Santo Padre es una de las cabezas privilegiadas del mundo, aunque algunos insensatos se atrevan a mirarlo por encima de los hombros. La ignorancia es muy atrevida.
El entrevistador del libro presenta en una de las preguntas un panorama bastante exacto, y crudo, de esta etapa de la historia. Dice así: La crisis de la Iglesia es un aspecto, la crisis del secularismo, el otro. La primera crisis podrá ser grande, pero la otra se aproxima más y más a una  catástrofe global permanente… Vivimos tragedias como el desastre petrolero del golfo de México, gigantescos incendios forestales, inundaciones nunca vistas, olas de calor y periodos de sequía inesperados. El secretario general de las Naciones Unidas…- dijo en el 2007 ante la Asamblea de la ONU que-: el estado del planeta Tierra estaba extremadamente amenazado. Recordó el diagnóstico de la comisión investigadora de la ONU: A la humanidad solo le quedan unos pocos decenios para llegar a un punto de no retorno, a partir del cual ya es demasiado tarde para controlar a un mundo altamente tecnificado. Y pregunta al Papa si la Tierra es incapaz de resistir ese desarrollo y, en definitiva, ¿qué es lo que estamos haciendo mal?
 
 
Benedicto XVI, con la lucidez que le caracteriza, responde largamente a esta cuestión que se le plantea. Recogemos aquí algunas de sus ideas fundamentales:
 
Seguramente hay algo que estamos haciendo mal. Pienso que aquí se proyecta la problemática del concepto de progreso… Hoy vemos que el progreso también puede ser destructivo… Por un lado, dice el Papa, se da el progreso del conocimiento, y esto ha supuesto un gran beneficio para la vida del hombre. Pero el conocimiento es también poder. Es decir, si conozco puedo también disponer de lo que conozco… Y con nuestro poder, dice Benedicto XVI, somos capaces al mismo tiempo de destruir el mundo que creemos haber descubierto por completo… Falta una perspectiva esencial: el aspecto del bien. Se trata de la pregunta: ¿qué es bueno?¿Hacia donde el conocimiento debe guiar el poder? Se trata, no solamente de ver lo que puedo hacer, sino de buscar aquello que es bueno para el hombre. Y esta cuestión, pienso yo, no se ha planteado de manera suficiente. Hay que plantearse el aspecto ético, el de la responsabilidad ante el Creador y las criaturas. El progreso que solo se plantea correr hacia adelante, sin más limitaciones  morales y éticas, puede ser destructivo, concluye el Pontífice.
 
Nos propone el Papa un examen: ¿Qué es realmente progreso? ¿Es progreso si puedo destruir? ¿Es progreso si puedo hacer, seleccionar y eliminar seres humanos por mí mismo? Hay que contar, sigue afirmando el Santo Padre, no solo con el conocimiento y el poder, sino con el concepto de libertad propio de la Edad Moderna, que se entiende cómo el poder hacerlo todo. Y se llega a la conclusión, con esta mentalidad, que lo que se puede hacer hay que hacerlo, porque de lo contrario iríamos contra la libertad. ¿Es esto verdad?, se pregunta el Papa. Indiscutiblemente no. El progreso ha crecido hasta límites insospechados, pero ¿ha crecido a la par  en el hombre el potencial ético?  Benedicto XVI piensa que no. Esto provoca un progreso que no desemboca en un proyecto en clave moral. Y este es el grave peligro que nos acecha. El hombre, con su inteligencia y su poder, pero sin ningún control moral puede ser capaz de eliminar la vida de la faz de la tierra. Esta es la gran catástrofe anunciada  si no se revisan urgentemente los fundamento  de esta comunidad que hemos creado entre todos, pero que está en manos de unos cuantos. 
La  crisis que padecemos en occidente tiene ahí su origen. La ambición, la avaricia, y el poder que da el dinero ha trastocado el orden mundial, ha roto la armonía, y la vida se ha vuelto incómoda. Para muchos una carga insoportable que les lleva a cuestionarse si merece la pena vivir.  ¿Está todo perdido? No, la solución está en un rearme moral que tenga en cuenta a toda la Tierra en su conjunto. Y esta es la tarea que corresponde a los que manejan los hilos de la cultura y la economía.  La Tierra no es del viento, sino de Dios, que la ha puesto en nuestras manos y confía en nuestra responsabilidad. Dejemos hablar al Papa que sabe muy bien lo que se dice.
 
Juan García Inza
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