Haciendo un poco de historia, las JMJs se iniciaron en Roma el año 1984 convocada por el Beato Juan Pablo II.  Allá por el 84’ yo tenía 19 años y tengo que confesar que no me enteré de la convocatoria. En mi parroquia no se dijo nada y únicamente tuve alguna noticia por lo medios de comunicación. Como no era, ni soy, una persona que vea la televisión, no tuve mucha información sobre el evento. De las siguientes jornadas tampoco tuve mucha información ni me interesé de forma directa por ellas. 

Tuve que esperar al 2005 para enterarme realmente de lo que se producía en estas jornadas y eso gracias a la elección de Benedicto XVI. Su figura y forma de entender la Fe tuvo un especial tirón para mí. 

Curiosamente, ahora es cuando veo más claro el valor  y la necesidad de las JMJs. Sobre todo lo veo claro cuando pienso en mis hijos. ¿Qué es lo que veo positivo para ellos? Participen o participen en las jornadas, esta reunión multitudinaria sirve como testimonio dentro la saturada sociedad de las apariencias vacías en que vivimos. Es cierto que las JMJs tienen un fuerte componente de apariencia, pero siempre son mejores las apariencias que puedan llevar a la profundidad de la Fe, que las apariencias que sólo llevan al vacío. Las JMJs comunican que los jóvenes católicos no son gente extraña, ya que son capaces de reunirse para festejar lo que son y en lo creen sin la menor vergüenza. Esto es positivo como mensaje a la sociedad. El problema aparece cuando se intenta mantener esta apariencia por más tiempo. El espíritu de las Jornadas tiende a desaparecer con demasiada rapidez. 

Es evidente que las JMJ son un escaparate, pero este escaparate sirve de motor que produce conversiones y transformaciones en algunos jóvenes. En las JMJs hay jóvenes que encuentran su vocación y deciden ofrecer su vida a la Iglesia. Es decir, quien busca profundidad dentro de las Jornadas, puede encontrarla. Esto es muy positivo y debe fomentarse todo lo posible. 

Hay más elementos positivos. Es necesario darnos cuenta del efecto que causan las Jornadas en la sociedad. Gracias a ellas, muchos laicistas se preguntan cómo hoy en día se puede festejar ser católico. Incluso les molesta que se celebren y reaccionan en contra. Sólo este hecho demuestra que son efectivas y merecedoras de apoyo. Son interesantes como un testimonio mediático que evidencia que el cristianismo también es una realidad actual. 

Pero no todo es perfecto en las JMJs. Hay que ser consciente que las JMJs son obras humanas siempre mejorables. Tienen sus errores, sus compromisos y sus peajes. Pero no incidiré en los errores como algo negativo, sino como oportunidades de mejora. Con los años he aprendido que si esperamos a conseguir lo mejor y lo perfecto, nunca terminamos por realizar nada que pueda ser bueno. 

Volviendo al tema de la continuidad del espíritu de las Jornadas, soy consciente que el grado de compromiso y tensión no puede ser el mismo antes, durante y después de las Jornadas. Pero también soy consciente que la pérdida súbita de tensión y objetivos induce a cierta depresión y melancolía. Eva Janosikova nos comentó en el Meeting de Bloggers del Vaticano, que hay que pensar de qué forma aprovechar el tirón de las JMJs y conseguir que la juventud no se disperse tras terminar. ¿Cómo hacerlo? 

Personalmente no veo claro cómo llevar las Jornadas más allá de lo que son. La bajada de adrenalina es co-sustancial con el formato de las Jornadas y poco se puede hacer. Cuando se acaba el foco de atracción, las voluntades que participaron dentro de las apariencias, buscan nuevas apariencias a las que seguir. Las voluntades que encontraron la “Perla” o el “Tesoro”, serán las que sigan adelante con renovadas fuerzas. Aún cuando estos eventos son una experiencia maravillosa para muchos, sólo a unos cuantos les transforma realmente la vida. La vida del cristiano se labra en el “aburrido” y comprometido día a día y ahí valen poco las experiencias excepcionales. Conozco bastantes jóvenes que participaron con entusiasmo en las Jornadas y ahora viven totalmente alejados de la Iglesia. Para muchos, la experiencia de las jornadas se convierte en una especie de paraíso perdido, que se añora, pero que queda demasiado distante de su vida cotidiana. 

También me lleva a la reflexión pensar en los jóvenes que no tienen necesidad de estas jornadas. Parece que no existen para la Iglesia. No dan gritos, ni arman barullo, ni piden excepcionalidades, pero están al final del templo viviendo la misa de cada domingo. Les parece que la Iglesia espera que los jóvenes sean superficiales, se centren en las apariencias y busquen divertirse, aún con el pretexto de la Fe.  Estos jóvenes deben esperar a la madurez para empezar darse cuenta de lo que realmente sucede. Les pasa como al hermano del Hijo Pródigo. Esperan del Padre (Madre Iglesia) algo de atención especial, se sienten olvidados, aunque no recriminen a la Madre Iglesia que no les preste atención. No necesitan que la Iglesia salga en su búsqueda con celebraciones y festejos. Ellos ya están ahí compartiendo el banquete, aunque no se den cuenta que esto hasta pasados muchos años. De todas formas, la Iglesia les ama igual que a los demás y les debería decir lo mismo que el Padre del Hijo Pródigo le dijo al su hermano: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Pero era necesario alegrarnos y regocijarnos, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a vivir; estaba perdido y ha sido hallado.”

 

Es necesario ser positivos, alegrarnos y regocijarnos por las Jornadas Mundiales de la Juventud.