La familia es la reivindicación del cariño. Es nuestra ciudadanía, nuestra nación, nuestro orgullo. Es un érase que se era que agudiza el ingenio y acrecienta el amor. Es el vigor de un aprendizaje que conforma la virtud y desprecia el fraude; la etimología más exacta de palabras como corazón o compasión. En la familia descansa la Historia Universal; es el regazo donde nace la vida y su misterio se hace persona.

Dios salta a la vista.

Ondean las sábanas al viento. Una chiquilla contempla a unos gatos. Y los geranios florecen en la luz de la tarde. Dentro las portadas de los libros, la somnolencia de las paredes y el destino que me espera al final del pasillo.

A veces el silencio está mucho más callado.

Estamos hechos de amor, estoy hecho de ti y para ti.

Me voy a acampar con mi familia numerosa a algún rincón de la felicidad.

De todos los géneros literarios y demás tramas, el que verdaderamente ha prosperado en España es el de la picaresca (consumada tragicomedia), eso sí, trufado de exhuberante y barroco esperpento.

Feliz de sol. Feliz de ser.

A lo largo de años de observación pormenorizada me he dado cuenta de algo: el mal deforma los rasgos. La vileza del alma acaba aflorando.

En un rincón de mi despacho leo, o amo. ¿Dónde está la diferencia? Pues eso: amo, digo leo. El libro es lo de menos. O el título. Lo que importa es el momento. No se trata de tiempo, es otro el fundamento. Como si toda mi existencia hubiera estado preparándome para lo que ahora veo y que no sé explicar del todo bien, pero que siento que es el centro o el alma de lo que yo verdaderamente soy. O creo que soy, y siento.

El mundo no puede ser sólo así, sólo esto.

Uno es como es. Proclive a la pereza y a la melancolía. Habitante de su biblioteca y con una dulce tendencia contemplativa. Viviendo más de deseos que de realidades, esa es la verdad. De vez en cuando me siento un hombre muy dichoso, y doy gracias a Dios por ello.