De una manera que hace sólo dos meses habría parecido de política ficción, pero que desde hace unas semanas se ha ido tornando de más en más creíble y verosímil hasta el punto de convertirse en realidad, el candidato del Partido Popular a la presidencia de la Junta de Extremadura, José Antonio Monago, ha salido investido tal en segunda vuelta, gracias a la abstención de una Izquierda Unida que, por una vez y en abierta rebeldía respecto de su dirección central, se ha negado a hacer lo único que hasta la fecha sabía hacer: aferrarse a los carguitos atada a la cuerda del seguidismo pesoíta. Y ha preferido hacer posible, aunque sea mediante la mera abstención, que gobernara una lista distinta a la del PSOE en una región donde el pesoísmo había dejado de ser gobierno para convertirse en régimen, demostrando un sentido de la responsabilidad que, reconocido sea de paso, honra a Izquierda Unidad de Extremadura.
 
            Esto dicho, la alianza, del tipo que sea, entre el Partido Popular e Izquierda Unida es una alianza contra natura que no desean ni los votantes de un partido ni los del otro. Recuerdo que hace ocho años, cosa parecida estuvo cerca de ocurrir en la ciudad de Alcobendas. Y en aquella ocasión, el mismísimo secretario general del Partido Popular en persona abortó la operación, imposibilitando que el PP se beneficiara de cualquier tipo de acuerdo con los comunistas de Izquierda Unida para alcanzar la alcaldía. Algo ha debido de ocurrir en la política patria –la irrupción en ella de ZP ha representado un verdadero cataclismo- para que hoy nadie se lleve las manos a la cabeza con lo ocurrido en Extremadura.
 
            Siempre he pensado que el fin primero y último de la política no debía pasar en modo alguno por las personas, sino por los programas, en sintonía perfecta con aquél peculiar personaje de la política española llamado Julio Anguita cuyo lema preferido no era otro que ése “¡programa, programa, programa!”, con el que recordaba al PSOE que toda alianza con IU había de pasar por acuerdos programáticos, sin limitarse a repartirse los carguitos como si de cromos se tratara.
 
            Hoy reconozco que la situación en algunas regiones españolas se ha hecho tan irrespirable, que el mero cambio de caras al frente de los cargos representa per se una bocanada de aire limpio. En Extremadura, el Gobierno socialista se había convertido ya en un verdadero régimen, con veintiocho años de gobiernos socialistas -por cierto que el primero llegó gracias a dos tránsfugas de UCD, Juan Gordillo y Agustín Aretio, algo poco recordado- sin alternativa de ningún tipo. En Andalucía, el gobierno socialista va camino de permanecer en el poder más años que el mismísimo Franco, restándole apenas cinco para superarlo, con las consecuencias de todos conocidas, a saber, una corrupción que no conoce parangón en los últimos setenta años de la historia de España (y digo bien, setenta).
 
            Pero es difícilmente creíble que el respaldo tácito que la abstención de IU representa para el PP en Extremadura no vaya acompañado de concesiones ideológicas incompatibles con el programa con el que el PP se ha presentado a las elecciones. Y mucho me temo que aun cuando hoy o por hoy no conozcamos el contenido de esos acuerdos en su verdadera dimensión, el ejecutivo del Partido Popular en Extremadura se halle agarrado por sus partes más frágiles a la hora de ejercer su acción de gobierno.
 
            Existe, a mi modo de ver, un modo de compatibilizar la necesidad imperiosa de airear la política extremeña y la de proveer a la región de un Gobierno que no sea rehén de un partido muy minoritario y de ideología incompatible. En mi opinión, el Sr. Monago debería limitarse a gobernar un plazo relativamente breve, menor a un semestre en cualquier caso, el estrictamente necesario para realizar una auditoría de las cuentas extremeñas y de ordenar determinados aspectos de las cuentas públicas que hieden, como por ejemplo (muy probablemente no se trate del único), las prebendas concedidas al anterior Presidente de la Junta, las cuales exceden todo lo tolerable. Y a continuación, convocar nuevas elecciones que permitan elegir un nuevo gobierno en la esperanza de que, esta vez sí, responda a una mayoría claramente expresada. Algo así como lo que hizo la Sra. Aguirre en Madrid hace ya ocho años, cuando se vio en una situación si no idéntica, sí muy parecida. Se puede perder... pero en cualquier caso se dará una lección de coherencia política... Y hasta puede que se gane, lo que permitirá gobernar con toda la legitimidad que dan las urnas y la coherencia.
 
            Y en cualquier caso, siempre será mejor que gobernar con una cuerda atada a... los morros.
 
 
 
 
 
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