Te nombro, Mamen, Carmen,
y acude, de pronto, tu presencia
desde el aire,
recorriéndome con impaciencia,
acercándoseme tanto
para dejar grabada a fuego,
en mi corazón tu imagen,
tu nombre, tu sentir,
la maravilla del amor grande,
lo que nos permite vivir, compartir,
cada llamada, cada encuentro,
cada día, cada noche, cada tarde.

Todo nos viene de Otro,
el que nos hizo y nos hace,
el que sigue la obra, así, suave,
el alfarero de mano precisa y grande.

En mi sueño modeló un hueco
en el pecho, costillas adentro,
allí una luz encendió por tí.
¡Dulce palpitar en el que te llevo!,
sólo Dios realmente lo sabe,
en tu nombre, Carmen,
en tu corazón, Mamen,
en ese tú y yo que somos,
está Su Amor abierto,
¡sólo Él tiene la llave!