En fechas recientes, la Autoridad de antigüedades de Israel ha informado del hallazgo del osario de una mujer perteneciente nada menos que a la familia de Caifás, según todo apunta, una nieta.

            La historia empezó con la adquisición por la Unidad de prevención del robo de antigüedades, dependiente de la Autoridad de antigüedades de Israel, de un osario con una inscripción grabada descubierto por unos ladrones de antigüedades. Lo cual me lleva a mi primera reflexión: curiosa manera de prevenir el robo la que consiste en comprarle a los ladrones los resultados de sus fechorías. Una fechoría que más allá del feliz resultado final, el hallazgo de una importante pieza arqueológica, tiene no pocas consecuencias negativas, entre otras la de desvincular la pieza del lugar en el que fuera hallada, con la pérdida de la importante información que ello podría haber facilitado.
 
            Como quiera que sea, la minuciosa investigación llevada a cabo, más minuciosa aún por ser resultado de un expolio, ha dado como resultado que el osario provendría de una cueva en la zona del Valle de Elah. Y también la autenticidad de la pieza y de sus inscripciones, certificada por los profesores Boaz Zissu, de la Universidad de Bar Ilan, y Yuval Goren, de la Universidad de Tel Aviv, los cuales acaban de publicar los resultados de sus investigaciones en el Israel Exploration Journal.
 
            Un osario no es otra cosa que una caja de piedra usada por los judíos de la época para el re-entierro de los huesos de un cadáver, una vez que éste ha quedado reducido por el paso del tiempo. La de trasladar los cadáveres a osarios era práctica frecuente en la zona en la que ha aparecido el que aquí nos ocupa y en el lapso de tiempo que va del s. I a.C. al s. II d.C., es decir, durante la última parte del período del Segundo Templo (535 a.C-70 d.C).
 
            Pero lo más relevante del osario del que hablamos no es otra cosa que la inscripción que contiene, la cual se traduce de la siguiente manera: “Miriam, hija de Jesús, hijo de Caifás, sacerdote de Ma’aziah, de Beth Imri”.
 
            Ni que decir tiene que la importancia de la inscripción radica en la mención de ese Caifás que bien podría ser el Sumo Sacerdote que juzgó a Jesús. Y de ser ello así, la misma aporta no poca información, desconocida hasta la fecha, sobre su persona. Para empezar, el orden sacerdotal al que pertenecía, el de Ma’aziah. Ma’aziah es uno de los veinticuatro órdenes en los que se distribuyó el sacerdocio del Templo ya desde sus inicios y hasta que se produjo la destrucción del importantísimo edificio en el año 70 d.C.. Es, concretamente, el último de ellos, de todos los cuales conocemos el nombre gracias al Libro de las Crónicas, perteneciente al Antiguo Testamento.
 
            “Tocó la primera suerte a Joarib; la segunda a Yedaías; la tercera a Jarín; la cuarta a Seorín; la quinta a Malquías; la sexta a Miyamín; la séptima a Hacós; la octava a Abías; la novena a Yesúa; la décima a Secanías; la once a Eliasib; la doce a Yaquín; la trece a Jupá; la catorce a Yisbaal; la quince a Bilgá; la dieciséis a Imer; la diecisiete a Jezir; la dieciocho a Hapisés; la diecinueve a Petajías; la veinte a Ezequiel; la veintiuna a Yaquín; la veintidós a Gamul; la veintitrés a Delaías; la veinticuatro a Maazías” (1Cr. 24, 718)
 
            En cuanto a la referencia final de la inscripción, “de Beth Imri”, podría tratarse tanto de un patronímico, asociable a “los hijos de Imri o Emer”, como de un toponímico, es decir, provenientes de un lugar llamado Beth Imri, que a su vez, cabe identificar con el llamado Beit ‘Ummar, en los montes de Hebrón y en las inmediaciones de Khirbet Kufin. Un “Kufin” del que, según elucubran los autores del artículo, podría provenir el nombre de la familia, Caifás.
 
 
 
 
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