Soy un gran amigo de Francia, un país en el que pasé un maravilloso año de mi vida, en el que tengo grandes amigos y que admiro profundamente por muchas cosas: la belleza del país y de sus ciudades; la forma de ser de sus habitantes, a medio camino entre la latinidad y el germanismo; su historia admirable, casi tan bella como la española. Por admirar, admiro hasta su chauvinismo, no tanto por parecerme positivo o ensalzable, que no lo es ni me lo parece, sino como espejo en el que podíamos mirarnos los cainitas habitantes de este país llamado España, donde lo que se practica es, precisamente, una suerte de a-chovinismo recalcitrante y autodestructivo insoportable, y donde ser español es, curiosamente, la mejor manera de ganarse la antipatía y el desprecio de los españoles.
 
            Precisamente, a lo que parece presentarse como una de las manifestaciones más desafinadas e impresentables de ese chauvinismo francés del que hablo es al que quiero referirme en estas breves líneas hoy. Ayer, en una nueva manifestación de descortesía y zafiedad, los franceses han vuelto a abuchear a un español por la sola razón de ser el gran campeón de uno de los grandes eventos que ellos organizan: me refiero a Contador y al Tour de Francia, carrera que ha ganado ya en tres ocasiones y que seguramente, ganará aún en bastantes más(1). Ayer fue Alberto Contador, pero hace dos años, fue Rafa Nadal el que sufrió las iras y la patanería francesas cuando su derrota ante un desconocido Soderling fue vitoreada en todas las pistas de Roland Garros, él que para entonces ya tenía en el zurrón cuatro rolands, y que aún habría de cosechar después dos más, a expensas de los muchos que aún gane todavía. Y por no hablar sólo de españoles, también Lance Armstrong, el más grande campeón sobre dos ruedas que hayan conocido nunca las carreteras francesas, con especiales méritos a los que no me voy a referir para ser ensalzado y considerado grande entre los grandes.
 
            Abuchear así a los grandes campeones de los torneos de los que los franceses tienen buenas razones para enorgullecerse, el Tour de Francia, Roland Garros, no habla bien de los franceses. Habla mal, muy mal. Espectáculo tan bochornoso no sería posible, pongo por caso, en Wimbledon, donde sus campeones son honrados como merecen, donde los británicos dan una lección de fair-play y de buenas maneras a los franceses, y donde parecen considerar que una buena manera de ganarse la simpatía y el respeto del no siempre respetable (en el caso francés, desde luego, no) no es sólo la de compartir nacionalidad, sino también la de honrar con su presencia, su trabajo, su calidad y sus triunfos, los eventos que organizan.
 
            Pero habla también de un indiscutible complejo de inferioridad, algo que no esperaba yo encontrar en la personalidad colectiva de los franceses, el consecuente a no ser capaz de producir los deportistas adecuados a los eventos organizados, o cuando la calidad de éstos queda muy por encima de la de aquéllos.
 
            A los franceses les diría yo que trabajen duro si quieren tener los campeones que les gustaría tener y que sus torneos merecen. Pero entretanto esos campeones no llegan, honren como corresponde a los que tienen, aunque no sean franceses. Al día de hoy, con seis rolands en el zurrón Rafa, y con tres grandes boucles en el suyo Alberto (y con siete Lance), son Rafa y Alberto (y Lance) los que honran Roland Garros y el Tour con su presencia. Y no al revés. Lo siento mucho, pero así es. Y no al revés, insisto.
 
 
                (1) Yo sé que no ha de faltar quien me diga que la razón no es esa y es otra. Pues bien, no hay ninguna otra razón, son sólo excusas para justificar lo injustificable.
 
 
 
 
De las lágrimas de un campeón llamado Nadal (y las de otro llamado Federer)
De ese gran muchacho llamado Rafa Nadal
De un gran campeón llamado Armstrong
¡Bravo Sergio Ramos, bravo, bravo y bravo!