"Lo mejor que tenemos es el amor", se dice en un momento dado de la hermosa película que es "Historia de un beso", de José Luis Garci. Y con razón. Amar y ser amados es el verdadero sentido de nuestras vidas, el mayor lujo de nuestra existencia. La misma crítica literaria sólo se entiende como acto de amor (Steiner dixit), como una interpretación trascendente de texto y contexto. ¿Qué es en definitiva la literatura sino un apasionado enamoramiento, algo que nos redime del dolor, de la soledad, de la finitud, de la muerte? Cada palabra es una pincelada de esperanza en el blanco silencio de la página. Y cada página anhela atrapar la emoción del tiempo, del ensueño, del misterio. Que no otra cosa es el hombre: misterio, ensueño, tiempo... Eso sí, con una variante que lo trastoca todo: el amor. Porque el hombre nace para enamorarse. Es su vocación más íntima, aquello que a todos más nos une. Por encima de cualquier otra pasión, o lo que fuere. Tarde o temprano llega, nos encuentra. Acaso una mirada, una caricia fugaz, una voz que esperábamos escuchar desde siempre, un aroma... Y ya está. Experimentarlo es nuestra suerte y, en ocasiones, también nuestra desgracia. Porque podemos enamorarnos de una ilusión o de una apariencia o de un malentendido. Además todo amor tiene su costumbre, su día a día, su cronología de afectos -y efectos-, su tacto y su mimo, las palabras oportunas y los cómplices silencios, su desgana, pero también su romanticismo, y esa entrega donde nos desvivimos y unimos. Amor, amor, amor. Amor como visión, como obsesión, como redención, como posesión, como ingenuidad, como compasión, como devoción, como impulso. Todos necesitamos desentumecer un tanto nuestro acoquinado corazón.