¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
Así incoaba Lope su magistral soneto. 
Y un servidor sigue preguntándose lo mismo. ¿Qué tengo yo,
Dios mío, qué tengo? 
¿Qué tengo para que me ames como me amas? 
¿Qué tengo yo, 
si por tener sólo tengo desplantes y desmanes a diario?
Y entonces me doy cuenta: tengo mi corazón (ya lo conoces),
y lo quieres como es y por completo.