Son muchos sectores los que ya están calentando motores para criticar, de la manera más corrosiva y dañina posible, la organización de la Jornada Mundial de la Juventud.

Diseñan planes de acción a medio plazo para reventar los actos o contraprogramarlos.

Crean páginas en redes sociales deseando que los servicios antidisturbios de las Fuerzas de Seguridad acaben disolviendo a los peregrinos a golpes.

Tratan de condenar la colaboración de organismos oficiales, haciendo hincapié en un derroche económico inexistente.

Tratan de inundar el imaginario colectivo de conceptos confusos, cuando no falaces, sobre la doctrina de la Iglesia y la figura del mismo Papa.

Prentenden hacer creer a la sociedad que los jóvenes que llevan más de 25 años respondiendo de manera masiva a la llamada del Vicario de Cristo no son más que borregos lobotomizados.

Son motivos inconsistentes, carentes de razón y de razones, que responden a algo muy concreto. Y no es un problema de dinero, no.

Temen el rearme moral, doctrinal y espiritual de quienes acuden a cada JMJ.

Temen los efectos que en la batalla cultural global pueda producir un encuentro masivo de jóvenes que se sienten queridos uno a uno y responsables de todos.

Temen a quienes les desvelan que sus ídolos no merecen la pena.

Temen a una juventud que sabe lo que quiere, que vive como quiere y que es capaz de contagiar a otros un estilo de vida apasionante, digno y feliz.

Temen a quienes tienen respuestas que ellos no quieren conocer. Temen las respuestas mismas.

Deseo que ese temor les abra los ojos y el alma y sepan acoger las respuestas que miles de jóvenes encuentran, renuevan y saborean en cada JMJ.

Algunas de ellas, a continuación: