San Juan el Bautista predicando (c. 1562) de Paolo Veronese

Cuántas veces hemos meditado estas palabras que Jesús pronunciará en la sinagoga de Nazaret: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido, me ha enviado para anunciar la Buena Noticia a los pobres... para proclamar el año del Señor (Is 61, 1-2). Estas palabras, a su vez, habían sido pronunciadas por el profeta Isaías hacía muchos siglos. ¡Pero siguen siendo tan actuales para nosotros...!

Son palabras que renuevan la esperanza, preparan el corazón para acoger la salvación del Señor y anuncian la inauguración de un tiempo especial de gracia y liberación.

El Adviento es un periodo litúrgico que pone de relieve la espera, la esperanza y la preparación para la visita del Señor. La liturgia de este domingo, que nos propone la figura y la predicación de Juan Bautista, nos invita a este compromiso. Como hemos escuchado en el texto evangélico, Juan fue enviado para preparar a los hombres para el encuentro con el Mesías prometido... Esta invitación del Bautista es para todos nosotros[1].

Esta perícopa, que forma parte de la presentación de Juan Bautista en el evangelio de Lucas, tiene dos partes. En la primera (3, 10-14), se concreta en qué consisten los frutos de conversión que los hombres deben producir ante el juicio inminente anunciado por Juan (3, 7-9). Los frutos exigidos, que prueban la autenticidad de la conversión, son la fraternidad y la justicia; concretamente se habla de la justicia con que deben ejercer su profesión los publicanos y los militares, evitando abusos a los que esas profesiones se prestaban.

¡Todo esto es tan actual para nosotros...! Se nos pide, en definitiva, que la preparación para recibir a Jesús sea en lo cotidiano, en las cosas de cada día; sea, como tantas veces repetimos, santificando el momento presente, santificando la jornada, haciendo real en nosotros el encuentro con Cristo en cada una de nuestras cosas: en nuestro trato con los otros, en nuestras actividades, en nuestras obligaciones.

La segunda parte (3, 15-18) aborda la cuestión de la identidad del Mesías. Ante la expectación suscitada en la gente, Juan niega abiertamente que sea el Mesías y se declara inferior a él, menos que un esclavo, que era quien desataba las correas de las sandalias.

¡Cuánto tiene que hacernos reflexionar esta actitud! ¡Cuánto nos gusta a nosotros ponernos por encima de las cosas, ponernos por encima incluso de la propia predicación! Es el Señor el que viene. En este mundo, muchas veces absurdo, en el que es necesario que en plena Navidad hayamos de hacer una campaña para recordar que lo que se celebra es el nacimiento de Cristo, es preciso que nosotros hablemos a nuestros niños y adolescentes, que lo ignoran, del verdadero motivo por el que se festeja la Navidad. Nosotros, descubriendo nuestra pequeñez ante Dios, hemos de anunciar el Evangelio del Señor. Esta pequeñez, esta inferioridad nunca es peyorativa, nunca nos aparta de Él; al contrario, nos sitúa en nuestro lugar, con Cristo en el centro de nuestra vida, siendo Él quien la gobierna. ¡Tantas veces hemos meditado este aspecto a la hora de ejercer la caridad! Y hoy, en este domingo, a la hora de hablar sobre cómo tenemos que vivir la auténtica alegría, la alegría cristiana, la esperanza, hemos de señalar una vez más que todo esto hay que enfocarlo poniendo a Cristo en medio. Si nuestra vida no es cristocéntrica no tiene sentido. Nuestra vida de caridad, de servicio, de trabajo para los demás, tiene que ser a través del Señor, a través de este Mesías que nos llena de esperanza.

Solamente una pregunta sencilla debemos formularnos en nuestro corazón:

¿Cómo me estoy preparando para recibir a Jesús?

¿Qué estoy haciendo para acoger al Mesías?

¡Cuántas veces descuidamos aun el mínimo elemental, como es bendecir la mesa! Especialmente el día de Navidad. Hemos de recordar que el Señor nace para nosotros; que a pesar de los sufrimientos, de las dificultades, de los malos momentos que podamos estar pasando, el Señor nace para nosotros. Si no tenemos esto presente nos equivocamos de alegrías; y la gente que sufre se desorienta en su camino y se aleja del Señor, creyendo que la alegría es poseer, tener todos los condicionamientos sociales para ser más que los demás. La alegría que se pretende vender es una alegría falsa y vacía. Este no es el camino que nos enseña el Señor. Jesús nos enseña a entregarnos, a dar la vida como Él hace por nosotros. Y nos pide que sepamos morir para alcanzar la única felicidad, la que el Señor ha venido a traernos y que no pasa: la de la vida eterna.

Por eso Juan Bautista es tan actual para nosotros. Hemos de saber caminar por los desiertos de nuestra vida. Nuestra ciudad, nuestro mundo se convierte muchas veces en desierto, en páramo estéril donde nadie quiere oír hablar de Cristo. Y tal vez también nosotros tenemos miedo de dar testimonio y nos escondemos temiendo que se rían de nosotros.

Debemos repetir con el Bautista: Esta es la voz que clama en el desierto. El Bautista es la voz. Cristo el Señor es la Palabra que hace no tener miedo, que da seguridad, no en nosotros mismos, sino en esa Palabra que da fuerza. Yo soy la voz que clama en el desierto: Preparad el camino al Señor.

Quedan muy pocos días ya para el nacimiento del Señor.

¿Cómo estás preparando tu camino?

¿Cómo estás ayudando a los otros a prepararse para vivir esta Navidad?

Estos son los dos rasgos con que el Evangelio de hoy nos describe al Mesías: Bautizará con Espíritu Santo y con fuego  (en Lucas es clarísima la referencia a Pentecostés) y realizará el juicio. A pesar de los aspectos amenazantes del mensaje de Juan, su predicación es calificada como anuncio de Buena Noticia. Fijaos qué contradicción pero qué realidad. Qué contradicción por nuestra parte, que tenemos miedo incluso de oír hablar del juicio, del momento final, que tenemos miedo de la muerte. Y, sin embargo, aquellos que escuchan a Juan el Bautista le tenían por el Mesías porque les estaba dando una Buena Noticia, porque les estaba hablando de salvación. Voz que clama en el desierto, ese desierto que muchas veces no deja escuchar la voz de la Palabra, la voz de Cristo.

Viene el Señor, viene el Mesías. La misión del Bautista, nuestra misión, tiene que ser recordar este tiempo de salvación en Jesús, el Mesías, que viene para nosotros.

Cuando recordamos este gran acontecimiento de la Encarnación, no podemos menos de pensar que nuestro Dios está muy cerca de nosotros, más aún, entró en nuestra historia para redimirla desde dentro. ¡Sí! En Jesús de Nazaret, Dios vino a vivir en medio de nosotros para dar la Buena Noticia a los pobres, para vendar los corazones desgarrados, (...) para proclamar el año de gracia del Señor (Is 61, 1-2)[2].

Lo hemos escuchado en San Pablo: Estad siempre alegres. Este domingo es como un adelanto al cuarto domingo de Adviento con el que finaliza este tiempo. Y es necesario que alegremos nuestro corazón con esta alegría de la que nos habla el Apóstol: Estad siempre alegres. Vamos a concluir con esta invitación a la alegría que San Pablo dirige a los cristianos de Tesalónica.

Es característica de este domingo llamado comúnmente Gaudete. Alegraos siempre en el Señor. Es una exhortación a la alegría que resuena ya en las primeras palabras de la antífona de entrada: Alegraos siempre en el Señor. Os lo repito: estad siempre alegres. El Señor está cerca.[3]

El motivo de nuestra alegría no es cualquier cosa ni es algo pasajero. ¡Es el Señor, que está cerca, que viene a tu vida para seguir transformándola, para seguir haciéndote santo, para mostrarte el camino de la salvación!

Sí. Alegrémonos porque el Señor está cerca. Que esta alegría penetre en todos los ámbitos de nuestra existencia. Pidamos a María, la primera que escuchó la invitación del ángel: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo (Lc 1,28), que nos sostenga en este programa de vida cristiana, sin olvidar jamás que todo creyente tiene la misión de testimoniar la alegría[4]. Que la Virgen de la Expectación, Nuestra Señora de la O, que está a punto de dar a luz sea para nosotros causa de nuestra verdadera y profunda alegría.

 

PINCELADA MARTIRIAL

El 19 de diciembre de 1936, recordaremos el aniversario de su martirio el próximo miércoles, fueron asesinados en Montcada i Reixac dos de los capuchinos que fueron beatificados en Barcelona, el 21 de noviembre de 2015 Se trata de:

Beato Doroteo de Vilalba dels Arcs (Jorge Sampé Tarragó) que nació el 14 de enero de 1908. Entró en el seminario seráfico a los 13 años. Vistió el hábito capuchino el 13 de julio de 1924. Terminados los estudios de filosofía pasó a Roma  donde se doctoró en teología dogmática. En Roma profesó solemnemente el 27 de enero de 1929 y en la misma ciudad recibió el presbiterado el 26 de marzo de 1932. Vuelto a la Provincia su primer destino fue el de vicedirector de estudiantes y profesor de teología. Después ocupó otros cargos relacionados con los estudiantes, como el de director de los filósofos. Religioso piadoso, nunca murmuraba de nadie. En el aspecto social, se inclinaba con preferencia a los pobres.

Cuando fue detenido en el domicilio que le había acogido, estaba leyendo tranquilamente el Evangelio.

Beato Martín de Barcelona (Jaime Boguñá Casanovas) que nació el 4 de octubre de 1895. Cursó estudios de humanidades en el seminario de Barcelona. Sintió la vocación capuchina y entró en el noviciado de Arenys de Mar vistiendo el hábito el 15 de octubre de 1910. Emitió la profesión solemne el 18 de abril de 1915 y el presbiterado lo recibió el 5 de mayo de 1918. Pasó a cursar estudios de historia en la universidad de Lovaina, y terminó la carrera brillantemente. Regresó a la Provincia y se dedicó a la investigación histórica llegando a ser una personalidad en el campo de la historia medieval. Sus publicaciones y el elogio de expertos corroboran esta bien ganada fama. Le sorprendió la guerra civil en el convento de Ntra. Sra. de l’Ajuda, el cual abandonó, pero continuó con vivo interés sus temas de investigación y estudio, frecuentando los archivos y bibliotecas que consultara con antelación antes de julio de 1936. Desde el comienzo de la revolución vivió un poco ajeno a los sucesos, creyendo que, vestido de seglar, nadie iba a reconocerle. Los milicianos sabían con detalle sus pasos y domicilios. Le detuvieron, junto al padre Doroteo de Vilalba la noche del 19 de diciembre de 1936, conducidos a una checa y después al cementerio de Montcada donde fueron sacrificados.

El 30 de septiembre de 2015, un mes antes de ser beatificados, el padre Rufino María Grández publicaba este poema.

Honor a ti, Jesús, por nuestros mártires,

misericordia y gloria de tu gracia,

testigos de la bella confesión

que tú nos enseñaste a proclamarla.

 

Que sea vuestra sangre jubileo

de reconciliación y paz sagrada;

que no haya vencedores ni vencidos

en esta que llamamos nuestra patria.

 

La Paz y el Bien florezcan recordando

lo que es nuestra divisa franciscana,

por Cristo perdonados perdonemos,

que Cristo en el Calvario perdonaba.

 

Hermanos sois del dulce san Francisco,

que en puro amor a todos hermanaba,

unidos hoy vosotros y nosotros

aquí se rompan muros y distancias.

 

Familia de Jesús, familia nuestra,

familia ensangrentada mientras marcha,

con gozo de Evangelio caminemos

que Cristo Rey de amor nos acompaña.

 

¡Honor a ti, peana de los siglos,

Jesús Señor, presencia, Cruz y Pascua:

Tú eres y serás nuestra victoria,

ternura que del cielo se derrama! Amén.

 

[1] San JUAN PABLO II, Homilía en la parroquia romana de San Urbano y San Lorenzo, 12 de diciembre de 1999.

[2] Ibídem.

[3] Ibídem.

[4] Ibidem.