Dicen que la oración no sirve para nada
y que es perder el tiempo entre beatas.
Dicen que Dios es un delirio
de Papas,
una leyenda tras otra, un lastre para el hombre,
con sus dogmas y demás teológicas fantasías.
Y además esa penumbra irrespirable de las sacristías,
y esos curas tan cenizos y el Opus y la madre
que los parió a todos.

Y se mofan desde cátedras estreñidas
o televisivas carcajadas o
desde el ajedrezado esmero de las logias.
Ahora la moda es ignorar a Dios -¡vaya
por Dios!-, insaciables de idolillos y esotéricas bobadas.
Ahora la moda es escupir bilis para ver quien llega más lejos
o la dice más gorda contra la Iglesia
(por supuesto con cargo casi siempre a los presupuestos).

Lo cristiano no gusta porque exige más
coherencia: pedir perdón
y perdonar una y mil veces a los que difaman
(ya saben, poner la otra mejilla
sin llegar a ser gilipollas).
Lo cristiano asusta: demasiada verdad
en cada una de las bienaventuranzas.
Y no gusta nada que nadie mente la bicha
de la conciencia.

¿Para qué sirve Dios? Para amar sin medida
y desterrar la tristeza (y la simpleza) de nuestras almas.
Es entonces cuando todo cuadra,
cuando cada instante adquiere su verdadero gozo y sentido.

¿Quién es Dios? Os lo digo: Dios es mi familia.
Hágase en mí, si es posible, Su voluntad y su poesía
en cada rescoldo de mi vida,
en cada recodo de mis palabras.